por Marisol Oviaño
Tete Montoliú ambienta mi cocina con su jazz mientras le doy el toque maestro a una ensalada y un asado que estoy terminando de preparar, la cerveza está en su punto justo de temperatura y yo disfruto de este paréntesis de perfección.
Llevaba ocho días sin acercarme a los fogones.
Cuando mis cachorros se marcharon, preparé dos litros de gazpacho, compré fruta, jamón de york y queso, y he vivido durante su ausencia a base de comida cruda.
Cocinar es un verbo que se conjuga con paladares ajenos.
Se puede cocinar por dos cuestiones: por mera supervivencia o por amor.
Cuando se cocina por mera supervivencia, hacer la comida se convierte en un suplicio. Porque lo peor de cocinar para otros no es cocinar, sino pensar qué hacer de comer. Todos conocemos hogares que funcionan como casas de comidas, con un menú semanal inamovible: lunes lentejas, martes judías verdes, miércoles…
Por el contrario, cocinar con amor es un placer.
Es muy parecido a escribir. Cuando escribes y lo consigues, el aplauso de los lectores te lleva al éxtasis.
Cuando cocinas con amor, buscas en los ojos y en los comentarios de tus comensales esas palmaditas en la espalda que te harán desear superarte cada día.
Empezarás, entonces, a disfrutar de ir a la compra y oler los distintos tomates, trabarás interesantes relaciones con el frutero, el carnicero, el pescadero- gente que está a pie de calle, gente que conoce a la gente mejor que nadie-, profundizarás en lo que sabes y buscarás recetas e ingredientes nuevos, incluso te inventarás platos, rehogarás con la misma pasión que quien da brochazos en un lienzo, sentirás un pequeño orgasmo cada vez que pruebes la salsa con la cuchara de madera y, cuando alguien levante la cabeza del plato y te diga: ¡qué bueno!, levitarás.
0 respuestas a «Cocinar con amor»
¡Qué verdad! cocino y también cocinan para mí, reconozco que tengo un chollo…