El himno de Madrid, La madre de todos los anti himnos

Miguel Pérez de Lema

Acabo de enterarme de que Madrid tiene himno. Sabía, claro, que teníamos bandera, pero, joder, un himno es otra cosa. Un himno es lo que canta la tropa cuando se marcha al frente.

Nuestro glorioso himno fue una composición encargada solemnemente por Joaquín Leguina, el primer presidente de la recién constituida Comunidad Autónoma -y última del país- al poeta Agustín García Calvo.

Y al leerlo y escucharlo me he sentido aliviado, primero, identificado, después, y feliz, por último.

Qué falta nos haría volver ver nuestra política y nuestras esencias de esta manera. Un testimonio del optimismo, la libertad, el genio, el buen humor y la mala leche, que han latido siempre en el fondo de esta ciudad -o provincia o Comunidad, Jesús que plan-, y que están hoy más agostados que nunca.

Es lo mejor que he leído y escuchado en años.

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Yo estaba en el medio:
Giraban las otras en corro,
Y yo era el centro.
Ya el corro se rompe,
Ya se hacen Estado los pueblos,
Y aquí de vacío girando
Sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
No voy a ser menos:
¡Madrid, uno, libre, redondo,
Autónomo, entero!
Mire el sujeto
Las vueltas que da el mundo
Para estarse quieto.

Yo tengo mi cuerpo:
Un triángulo roto en el mapa
Por ley o decreto
Entre Ávila y Guadalajara,
Segovia y Toledo:
Provincia de toda provincia,
Flor del desierto.
Somosierra me guarda del Norte y
Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo
Se llevan el resto.
Y a costa de esto,
Yo soy el Ente Autónomo último,
El puro y sincero.
Viva mi dueño,
Que, sólo por ser algo,
Soy madrileño!

Y en medio del medio:
Capital de la esencia y potencia,
Garajes, museos,
Estadios, semáforos, bancos,
Y vivan los muertos:
¡Madrid, Metrópoli, ideal
Del Dios del Progreso!
Lo que pasa por ahí, todo pasa
En mí, y por eso
Funcionarios en mí y proletarios
Y números, almas y masas
Caen por su peso;
Y yo soy todos y nadie,
Político ensueño.
Y ése es mi anhelo,
Que por algo se dice:
De Madrid, al cielo.