por Marisol Oviaño
Amo a Clint Eastwood en todas sus edades.
Cuando estrenaron Gran Torino, mi primogénito y yo hicimos planes para ir a verla.
Él, que carece de referente masculino, se siente muy identificado con los valores que destilan los últimos íntegros personajes interpretados por el gran actor.
Pero nunca nos sobraba dinero como para permitirnos el lujazo de ir al cine, de modo que aceptó la invitación de uno de sus tíos y fue a verla sin mí. Volvió emocionado y me contó la película con pelos señales.
Ayer la vi yo en casa de unos amigos.
Mis hijos se han ido a pasar unos días con mi familia al pueblo de los ancestros, y cuando les llamé por la noche y hablé con él, le conté que al fin había visto Gran Torino y que, tal y como él había adelantado, me había gustado mucho.
– Pero el final es una mierda- se quejó.
– No, el final es buenísimo.
– No, porque tenía que haber ido con Atontao y haber reventado a todos esos hijos de puta.
– No. Si hubiera hecho eso, Atontao se habría pasado el resto de su vida en la cárcel y Walt habría muerto en un hospital: tenía cáncer de pulmón.
Aunque le gusta que hablemos durante horas sobre las películas que le impactan, sus primillas andaban metiendo bulla y se oía ruido de platos: estaban poniendo la mesa para cenar, no era el momento más apropiado para hablar.
– Bueno- me dijo impaciente-, ya hablaremos de la película cuando nos veamos, pero no estoy de acuerdo contigo.
Tiene quince años, lo sabe todo sobre la Segunda Guerra Mundial (ahora mismo está acabando de leer una biografía de Rommel), es un apasionado del Call of Duty para PlayStation y todavía cree en la épica de la guerra, está en la edad de tener sueños de gloria.
Cuando regrese, hablaremos sobre Gran Torino. Tendré que explicarle lo que a él, por su corta edad, se le ha escapado. Le explicaré que cuando Walt Kowalski se confiesa al fin con el cura, lo hace para que el joven no tenga la sensación de que ha fracasado en su misión, para que crea que ha podido absolverle antes de que Walt se dirija a la muerte segura y por no irse al otro barrio sin la bendición de Dios. Pero Walt se marcha sin confesar lo que le atormenta desde hace años, eso que hizo en Corea y que ningún mando le ordenó hacer.
Tendré que desnudar al héroe y mostrar a mi hijo su cara oscura: Walt hizo cosas terribles en Corea, tal vez violar o matar a alguna chiquilla como Sue, hermana de Atontao. Tendré que explicarle que la pandilla que aterroriza las vidas de sus vecinos ofrece a Walt la oportunidad de redimirse de sus pecados, y de morir con gloria. Le explicaré que a un hombre como Walt le habría humillado morir lentamente de cáncer en un hospital, flanqueado por unos hijos que no le quieren, sometido a las órdenes de médicos y enfermeras. Que Walt elige su propia muerte y que, aunque su joven espectador piense que muere como un pringado, en realidad muere como quería morir: como un héroe.
Tendré que mostrarle donde se encuentra la verdadera gloria.
Gracias una vez más, Clint.
0 respuestas a «Gracias, Clint»
¡Pedazo peli! y ¡pedazo actor y director!, guión…excelente como pocos.
(Y ya que tu hijo fue al cine y pasó por taquilla ahora tendrá «licencia moral» para descargarla de internet para verla más veces, ¿no?)
Buena idea la de utilizar películas parar educar