Miguel Pérez de Lema
Me voy, a veces, al caer la tarde, a estirar las piernas con la niña. A calcular Madrid. Es bueno ir de la mano con la niña cuando uno quiere limpiar su mirada y saludar a las cosas como si fueran nuevas.
Y nos vamos a Chueca.
Bajamos al parking de Vázquez de Mella, que parece una discoteca del año 2080. Y todo brilla metálica y neónicamente. Y está limpio. Y es mejor que nosotros. No estamos a la altura.
Subimos a la superficie y nos perdemos por entre calles que -lo juro por Dios- huelen a perfume discreto, a comida buena, a crema cara, y nos cruzamos con parejas de chicos perfectos. Super humanos que, uno detrás de otro, dan la sensación de estar estrenando toda la ropa que llevan puesta y de que acaban de salir de la peluquería. Y de que hoy es un día especial y festivo, de que es el cumpleaños de todos y cada uno y hay que celebrarlo.
Algunos llevan perritos, muy limpios, muy bonitos, como peluches animados que no ladran y deben dejar unas caquitas inodoras, como de algodón.
Visitar este barrio es todo un choque cultural que nadie debe perderse, es la avanzadilla de la civilización, un faro de prosperidad para el resto del centro. Ese centro más cerca de Calcuta que de Europa, donde pisamos cagadas como de brontosaurio, resbalamos sobre vómitos nocturnos, sorteamos cubos de basura y bolsas de basura fuera de sus cubos, y saltamos motos terciadas que cortan el paso, y aceleramos ante los perroflautas amenazantes.
Aquí en Chueca todo es como debería ser.
Hay una armonía entre lo horizontal y lo vertical, un buen gusto en cada esquina, en cada escaparate, en cada restaurante, en cada bar y en cada tienda. Parece un decorado.
Y la gente parece feliz. A su manera.
Y no hay un sólo perroflauta.
Hasta empieza a parecerme por primera vez en mi vida que Madrid es, puede ser, una ciudad bonita, habitable. Pero cruzo un par de calles más y llego a las obras de Fuencarral y me saluda la vieja Malasaña polvorienta y cimarrona, con sus cascotes, estrecheces, pintarrajos, carteles de conciertos y toda su venerable mugre.
Y vuelvo al pasado, al presente, a la España eterna.
Mi mundo.
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0 respuestas a «¿Por qué en Chueca no hay perroflautas?»
Chueca es un parque temático gay, un perroflauta sería algo así como encontrar a Mafalda en DisneyWorld. Cada cosa en su sitio.
Mis primeras andanzas de niña mala, muy mala, tuvieron lugar en la plaza de Chueca y sus aledaños. Entonces la plaza era de arena y jeringuillas.
Hoy, es muy bonito, sí.
Los gays han desplazado a los yonquis y los quinquis de fin de semana, y es mucho más agradable- siempre que no mires los precios de los escaparates- pasear por allí.
Pero no puedo evitar que me dé cierto miedo futurista la uniformidad sexual de sus habitantes.
Cuando entro allí, siempre tengo la sensación de estar en un decorado.
O lo que es peor: en un gueto.
No etiendo….