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Frágil

Fotografía: Popeye

Las despedidas forman parte del viaje,
pero a veces duelen.

Mientras doy la orden de levar anclas,
temo echarme a llorar en cualquier momento
temo que mi voz se quiebre
temo derrumbarme.
Pero hay que zarpar.

No soy tan fuerte como ellos quieren hacerme creer
cuando me dicen adiós desde tierra firme.
Cuando regresan
a la seguridad de una cama fija
una rutina
que les salve de sí mismos.

No soy tan fuerte.
Lo dicen sólo
porque no soportan ver llorar a una mujer.

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Desde el malecón veo como el barco se separa lento, indeciso.
Puedo verla agarrada a la amura, ignorando el azote del pelo en su cara y aspiro por última vez su aroma que aún impregna mi boca. Quiero sentir el dolor de la pérdida pero no puedo. Siempre supe que partiría. Ella es del mar, del viento, del horizonte…la creí mía por soberbia pero ellos la reclaman de nuevo.
Pensé pedirle que se quedara pero la amo demasiado. Pensé en embarcar con ella pero no tuve valor. Me queda el recuerdo de las mil y una muertes que viví con ella.
El justo precio de ese tesoro es perderla ahora.
A pesar de la creciente distancia, me parece ver brillar una lágrima en su mejilla…quizás no tuvo valor para quedarse o me amaba demasiado para pedirme que zarpase con ella.

Mar por todas partes.

Amanece
de guardia en el puente de mando.
El ruido del dolor
queda amortiguado
por el runrún de la sala de máquinas.

Amanece
sólo para mí.
Si me hubiera quedado en tierra
no sería dueña del sol
ni abriría el mar
con la quilla de mi barco.

¿A quién quiero engañar?
No cambiaría esto por nada.

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