por Tímido Celador
Me quedé en mitad de la habitación aguardando una respuesta.
En silencio. Sintiendo como mi cuerpo irradiaba una extraña energía, un calor invisible que él, ajeno a mí, parecía absorber.
– Cuando nacemos nadie sabe a qué hemos venido al mundo- contestó al fin sin abandonar su postura ni mirarme, como si hablara para los álamos y demás habitantes del jardín-. Pero todos lo sabemos cuando somos niños. Unos cuantos privilegiados, entre los que me cuento, no olvidamos con el paso del tiempo. Y cumplimos nuestra misión.
Cambió de postura con la santa elegancia del eremita, dio la espalda a la lluvia y sus sabios y sorprendentemente jóvenes ojos azules, hicieron foco en mí.
– La mayoría olvida cuando crece, y muere vieja sin saber para qué estaban aquí. Como cuando entras en una habitación a buscar algo, y de repente no tienes ni idea de qué estabas buscando ¿A por qué venía yo? La mayoría de la gente, muere sin haber cumplido su misión.
Mientras él hablaba, yo había rezado para que no me hiciera la pregunta que estaba a punto de hacerme.
-¿Tú sabes cuál es la tuya?
Nunca encontraría las palabras que hicieran síntesis de los sentimientos encontrados que me provocaba aquella pregunta. Así que me callé como un gilipollas. Y blindé mis ojos con un escudo impenetrable, para poder sostener su mirada. Pero aquel truco funcionaba con chicas jóvenes, no con viejos folladores.
– Eres un discípulo un poco coñazo ¿sabes?- me dijo haciendo ademán de volver a la vida vegetal.
– Enseñar lo que sé- me apresuré a contestar para detener su huida.
Su diabólica sonrisa se enseñoreó de toda su cara, provocando todo tipo de pliegues cartográficos, sus ojos se cerraron un segundo para celebrar la victoria y volvieron a apuntarme, todavía más jóvenes que antes.
– Y ¿qué es lo que sabes?
Por un momento pensé que sólo era su alimento. Pero al mismo tiempo, volvía a mí la energía que momentos antes me había robado, todo mi cuerpo era recorrido por una tímida ola de calor que me hacía valiente.
– Que todo es una puta mentira.
Le hice tan feliz que pareció que el sol brillaba de nuevo.
Después de recoger su gigantesca sonrisa, suspiró y me dijo.
– Deberías follar con Iris.
Y, dicho esto, volvió a su postura de examinador de lluvias, dando la clase por terminada.
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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 15»
Me encanta. Pero te dosificas tanto que me parece poco, ya sabes, voraz e impaciente. Me encantaría leer lo que escribes en otro género, los textos por entregas son como … ¡se me ocurren tantas comparaciones !
¿coitus interruptus es una de ellas, Ariadna?
Las dosis están pensadas para dejarte con ganas de más. Están pensadas para que te enganches ¿no te das cuenta?
Querido «Gurú de pacotilla», claro que me doy cuenta, lo escribí en mi primer comentario a esta serie, reconociendolo como una virtud. Pero los textos del «tímido celador» hacen que me pregunte qué clase de lectora quiero ser.
Los escritos de Tímido Celador son esa saludable copita de vino que hasta los médicos recomiendan. Nosotros alcohólicos anónimos…
Tú si sabes, Miguelón.
Os diría que me hace muy feliz ser vuestro «dealer», pero acabo de enterarme de que soy un postliterato y tengo que renunciar a la vanidad.
(Pero aunque yo siga fingiendo que soy un postescritor , no dejéis de aplaudir al mono para que siga haciendo piruetas)