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Miguel Pérez de Lema
Nunca sabremos si ya éramos chicos raritos cuando empezamos a leer o si, como el ingenioso hidalgo, nuestro desvarío llegó por el abuso de la lectura. En todo caso sabemos que formamos parte de algo, de otra cosa, de una especie de casta, de una logia, de una diferencia.
Somos los que leen -con los años vamos siendo más los que leyeron-, esa patulea de inadaptados que sumaron a la bravura idiota de la cruel adolescencia la bravura genial de un libro. Y otro libro. Y otro libro. Y en un cierto momento comprendimos que ya éramos diferentes. Que estábamos fatalmente a salvo de la vulgaridad.
¡Y qué caro nos ha costado!
Han pasado muchos años y no ha cambiado nada. El chico que leyó por su cuenta quedó señalado, un poco contrahecho, sí, con la vista quemada, pero no cambiaría esa experiencia por nada. Y sentado hoy a la mesa de algún poderoso, o del rico de solemnidad, o de cualquier otro espíritu miserable, se siente el auténtico príncipe: si vosotros supierais.
Somos los que leen -los que leyeron, ya sabes- y entre una multitud de desconocidos nos reconocemos, intercambiamos el ultimo material con el que nos hemos colocado, y acabamos discutiendo por un adjetivo, que es casi el único combate que merece la pena sostener.
No nos hicimos mejores personas por leer, ni ciudadanos ejemplares, ni atletas de la virtud o la laboriosidad. Pero estuvimos en contacto con una luz más potente que todas las luces, y sobrevivimos para ver el mundo en su precisa medianía, en su gloriosa perversidad, en todo su patetismo.
Supimos que el ser humano no merece más que un largo abrazo y un ligero desprecio, y un amor infinito que no recibirá jamás. Y sobre todo, nos creció una leve sonrisa, esta sonrisa que funde los metales, devalúa las monedas más fuertes, y ausculta los ateridos corazones para diagnosticarles con toda crudeza esos males que quisieran ocultarse a sí mismos.
No sé ni cómo nos dejan sueltos por la calle.
0 respuestas a «lee»
Joder, qué bueno. Ya te echaba de menos.
Me quito el sombrero, maestro. Lástima que no lo hayas publicado a tiempo para llegar al boletín de la semana. Pero lo meteré en el de la siguiente.
No digas muy alto lo de que no sabes como nos dejan sueltos, no vaya a ser que nos corten esto también.
Aunque me temo que, aunque nos quitasen los libros e internet, nos cegaran y nos cortaran las manos, seguiríamos conservando esta sonrisa de locos.
Hay que construir barricadas contra la estupidez. En otros tiempos, los que leían ténían cierto prestigio social, se les respetaba y se pedía sus opiniones sobre esto, aquello y lo de más allá, porque eran los que sabían y los que saben tienen derecho a opinar. Es lógico. Era lógico. Ahora ya no, ahora todo ha cambiado. Los vándalos han consumado la invasión. Ahora cualquier friqui cretino, cualquier analfabeto indocumentado se cree con pleno derecho a opinar sobre todo, incluso de lo que no saben, y a discutir a gritos con quien sí sabe. Democracia mal entendida. Y esto me trae a la cabeza el casposo episodio de Unamuno y Millán Astray. 26 de septiembre de 1936. «Muera la inteligencia», gritó el general sin un ojo. «Muera la inteligencia», le responde solidariamente el siglo XXI. ¡A la mierda el siglo XXI!
Leemos, leímos, leeremos. Contra todo pronóstico. Contra toda expectativa. Como posesos, como eleogábalos, como maníacos. A veces por admiración, otras para olvidar. Todas, casi todas ellas con esa genuina y siempre renovada curiosidad de aquellos que quisimos vivir más de mil vidas.
Bravo, Miguel.
Es fantástico… mientras hay gente como Miguel no tengo que aprender a escribir y me puedo dedicar a otras cosas. Ya dice él lo que yo querría decir…
Gracias Miguel…
«No sé ni cómo nos dejan sueltos por la calle»…pues porque en casa nos temen y nos mandan a paseo a ratitos para no molestar…
Me sumo al comentario de Luis. Yo leer (para vivir mil vidas) y callar.
Gracias Miguel e Inés.
FELICITACIONES MIGUEL:es uno de estos artículos que te erosiona.. te alimenta…te perfuma la emoción.Desde mis tres años registro la mirada del adulto,auscultandome detrás de una vela,yo Susana,parapetada en un libro, en mis noches ansiosas de mi estar en el campo,dormían «mis queridos» en su merecido descanso y yo comía vocales, consonantes y frases en un ágape privado, que siempre tuvo algo de «bacanal y loco».Mi tia del alma «Celina»..solía atemorizada resoplar el pistilo semiencendido que humeaba…y se quedaba mirándome un tiempo preocupada en su sencillez x esta pequeña desvelada por la letra y la palabra.Gracias x el art.Miguel.Susana (una mujer argentina).