La giganta

Miguel Pérez de Lema

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La giganta está en la imaginación del hombre desde el paisaje del pecho nutricio y absoluto -nunca recuperado- del primer amamantamiento ¡hermosa forma de ser recibido en el mundo!

La giganta contradice todos los tópicos, los fatigosos sobre entendidos y las halagadoras trampas tendidas en torno a la virilidad. Es por eso que resulta tan gratificante y liberadora, la giganta.

La giganta despertó su poder simbólico cuando la feminidad fue puesta a apretar tuercas para el esfuerzo de guerra en las fábricas que iban quedando vacías de hombres. Y resultó que la mujer ya no quiso volver a tejer como Penélope el tapiz del tedio y explotó su condición de giganta. Se agigantó su gigantismo y comenzó a de nuevo a imperar el matriarcado que es un reino de gigantas indispensables y hombrecillos complementarios.

¡Ay del hombre moderno! Porque no hay falacia más idiota que la de la igualdad entre mujer y hombre. Y lo sabíamos. Por eso la mujer debía ser aplacada por la historia, las leyes, y las instituciones, para que no se redescubriera en su potencialidad de giganta.

Toda mujer es una giganta dormida y todo hombre desea y teme despertar ese gigantismo.

Y una lucha entre mujeres, ¡siempre será una lucha titánica!. A qué crueldades no llegaría un ejército de gigantas lanzadas contra la trinchera enemiga.

No estamos con el Arcipreste de Hita que cantó a la mujer pequeña argumentando que de los males el mejor el más pequeño. Porque la giganta nos enseña irremisiblemente que de los males, los mejores los más grandes.

Hoy estamos cantando los males gigantescos, los mastodónticos y amenzantes males y tormentos a los que nos someten nuestras dulces gigantas.

A ver cómo se lo toman.

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