Por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original:zdjecie
“Por el registro extemporáneo se le impuso al compareciente una multa que cubrió en la Tesorería Municipal”. Así dice mi acta de nacimiento enseguida del nombre de mi padre. Siendo el cuarto hijo de un médico de pueblo que viene de una familia numerosísima, tías que parieron una docena de hijos en promedio, pero que llegaron a alcanzar la veintena, como presumía mi tía Adela, de los cuales sobreviven 18, todos con dos nombres. Además si agrego que en el pueblo de mi padre se casaron tres hermanos de una familia con tres hermanas de otra, siendo mis abuelos paternos una de esas parejas, la repetición de nombres es un exceso.
Mi madre había resuelto llamarme Luis Fernando, como su único hermano, pero a mi papá le sonaba pomposo e imperialista, además que no quería un nombre repetido, por lo que hizo consenso familiar con sus tías, que para ese entonces muchas eran viudas y como rezaba la costumbre en la familia, vestían de negro desde el día de su viudez hasta el de su muerte, algunas desde los 38 años de edad, como mi tía Concha, quien no se quitó los trapos negros hasta los 68 que murió. Me cuentan que se reunían alrededor de mi cuna y opinaban entre ellas: la cara de quién sacó este niño. Se parece a mi hermano Fernando, sólo que él tiene los ojos azules, contestaba mi madre, confundida entre tantas opiniones.
El nombre marca a las personas, les delinea el destino, puede hacerlos únicos o dueños de una “patente”, como el caso del Cuauhtémoc político y el futbolista que no necesitan de su apellido para hacerse familiares. En la literatura ningún escritor es tan cercano como el Gabo. Lo mismo sucede con los apodos que también se heredan, en la universidad a mi mejor amigo le decíamos El Pollo y pocos sabían que se llama Alfredo Castellanos, ahora a su hijo mayor también le dicen así. El absurdo es cuando los hijos no saben ni cómo se llamaba su padre, les pasó a los Rulfo, cuando se enfrascaron en un pleito con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que cada año otorga el galardón Premio FIL, antes llamado Premio Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo, los cuales perdieron la demanda por no poner en los documentos oficiales el verdadero nombre del escritor: Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno.
El colmo ha ocurrido en los últimos años que ya no hemos sabido “bautizar” espacios públicos, teatros o museos y los denominamos con nombres genéricos, como Auditorio Nacional o Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México resumido simplemente en AICM. El abuso de las marcas por ostentar su liderazgo, en lugar de usar el nombre de artistas, científicos y próceres, nos ha llevado a tener un Centro Banamex y en Guadalajara un Auditorio Telmex. No me extrañaría que pronto haya una Plaza Jabón Roma, un Museo de Arte Contemporáneo TV Azteca, un Pasaje Durex o una Universidad Bimbo.
Lo difícil es encontrar una palabra que determine, constituya y defina, acertar el nombre adecuado para un libro, un poema o para cada columna. A mi padre le sucedió igual conmigo. Habían transcurrido casi seis meses de mi nacimiento y yo seguía sin bautizar, sin registrar y sin nombre, tan preocupante era el asunto que Carlota, mi abuela materna, me llamaba Sotero como el santo patrono del día en que nací. Hasta que terminaron de recorrer más de cien años de mi árbol genealógico resultó que no había ningún Rodolfo en la familia y ya no quisieron entretenerse en buscar el segundo nombre.
Como ya había pasado tanto tiempo y él atendía hasta 16 partos diarios, no supo qué contestar al preguntársele la hora de mi nacimiento y dijo la primera que se le vino a la cabeza. Lo peor vendría muchos años después. Al hacerme una carta astral, Patricia Burguete necesitaba la hora precisa, al preguntarle a mi madre y a mis tías también se confundieron con los horarios en que nacieron mis hermanos, pero terminaron asegurando que sí era correcta la fecha del 22 de abril como se lee en mi partida de nacimiento. De cualquier manera me hice la carta y he seguido mi destino, tan aventurado como el del hijo planificado a quien le apartan su lugar en la escuela y se le escoge el nombre con años de anticipación.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.
0 respuestas a «Nombre propio»
Luis Fernando no te pega, te va mucho mejor Rodolfo.
Yo me llamo María de la Soledad Oviaño García, pero como bien sabes, todo el mundo me llama Marisol.
Cuando empecé a ir al colegio y pasaban lista, yo no contestaba, porque creía me llamaba Marisol. Fue cuando me enteré de que sólo era un diminituvo cariñoso. Y tuve que aprenderme aquel nombre tan solemne.Cuando me preguntaban las maestras, me ponía en pie y decía:
«Me llamo Marisol Oviaño de la Soledad García»
Cuando nací, allá en las antípodas – Australia- según contaba mi madre, mi hermano lloraba porque estaba convencido que nacería negra -como los aborígenes- menos mal qué finalmente,no sucedió así,por el bien de todos.
Al regresar a España, los familiares, bromeaban diciéndome que mi madre me había encontrado dentro de la bolsa de una Kangura y que pronto me saldría la cola y empezaría a dar saltos y más saltos,a la vez,entre esto lo otro y observar mi escaso parecido con todos ellos-incluidos mis hermanos- siempre pensé que me habían traído adoptada desde allí y, esa sensación me duró lo suyo y, hasta esperaba que me creciera ese rabo en cualquier momento.
Mi madre, la mujer, después de ir al fin del mundo
llevando arrastras a dos hijos de 3 y 9 años, con la
idea de trabajar y con los sueldos de ella y mi padre,
poder ahorrar dinerito para venir a España y poder comprar una vivienda digna..lo que ocurrió fue que después de tres meses de ausencia de mi padre en la vendimia,a su regreso el zumo de la uva hizo de las suyas y,se acabó la idea de que mi madre trabajase ya.Mi madre se hizo muy amiga de una chica Australiana que se llamaba “Sheila”,para mi madre se llamaba Sila,pues así es como a ella le sonaba el nombre y, así es como me he llamado desde entonces Sila,aunque mi verdadero nombre es Sheila y,he podido comprobar,que las personas que me llaman Sila,son siempre las mas queridas para mi pues,a estas son a las que digo,me llamo Sila y,
a las que sé no me van a gustar o interesar, me llamo Sheila –tal y como suena y se dice en Español,son manías mías,pero sé que no lo son.
En mi tercer etapa de regreso y vivir en Australia, justo cuando me casé y ya con 19 años recién cumplidos y,después de haber estado en España desde los 13 años-desde los 8 hasta los 13 fue la segunda etapa de vivir en Australia-, al ir paseando por un mall,de repente se me acerca un tío impresionante–Aussie wow!!-y me dice;
¡ Hey you lovely looking Sheila!! Y sorprendida pensé, joder,como puede ser que sepa mi nombre.. y claro,es que en Australia a las tías buenas,se les llama así Sheila..pero
como debe ser pronunciado,claro está y con su acento correspondiente.Lógicamente no tenia ni idea de este piropo
Australiano pues,yo dejé el país a los 13 y por entonces solo me dedicaba a estudiar, jugar al Hockey sobre hierba y al softball.
Supongo que mi madre,aparte de no saber ni como se escribía mi nombre,pues ella solo quería ponerme un nombre del país, y este le pareció el adecuado,no sabía realmente que me estaba poniendo nombre de piropo, del país.
I´ll always love you Mom, even now that you are in heaven!!
Sheila,
love does not understand about limits; and it’s always living.
Y qué bonito nombre el de Sheila (pronunciado shila).
Me estoy acordando de Sheila E. mi baterista favorita. La mejor. La primera mujer baterista de rock (bien potentorro), funki, salsa, pop… Mestiza, nacida en California. Una auténtica inyección de energía que ahoga cualquier tipo de depresión. Tito Puente, Prince lo supieron mucho antes que yo. Quizá si se hubiera llamado Paqui lo habría tenido más complicado… quién sabe.
Hola Marisol:
Se vale que uno mismo se ponga el nombre que quiera, es una advitrariedad la de los padres que conjugan cada palabra que, pore lo general como la hemos escuchado siempre nos parece bonita, pero hay cada nombre, a mi María me gusta mucho y Soledad también pero la conjugación que has hecho de los dos en Marisol me gusta más, es un nombre fresco, juvenil. Me parece que ese es uno de los primeros condones umbilicales que se rompen con los padres, escoger el propio nombre y por lo visto tu lo hiciste muy pequeña.
Te dejo besos,
Naró
Hola Sila:
permite que te llame así, como te dicen tus íntimos. Qué historias de nombres he escuchado a raíz de mi columna, pero la tuya de los Kanguros me encanta, del sonido de tu nombre que si bien no lo dices, yo lo pronunciaba Sheila, como se lee. Por lo menos en Australia tuviste la suerte de aprender el ingles perfecto, un idioma que apenas entiendo.
Saludos,
Naró
Aquí, con vosotros, me siento Sila, por eso, Silasoy…
Y razón tiene Carmen, el autentico amor es un vinculo que solo deja de serlo,cuando acaba nuestra existencia..o quien sabe su límite..