por Marisol Oviaño
Hay que evitar cogerle cariño a las casas.
Con frecuencia tendemos a identificarnos con ellas y olvidamos que, mientras que una casa es un bien inmueble, nosotros somos móviles y cambiantes. El ser humano es el rey de la capacidad de adaptación.
Hace años vivía en una gran casa que mi hombre compró para que tuviéramos una vida de amor y lujo. Planté árboles en su jardín con la esperanza de verlos crecer, fratasamos las paredes para que duraran acariciables toda la vida, incluso diseñé una ciclópea estantería hecha con traviesas de tren, ferralla y cristal blindado. En aquella casa crecieron mis hijos, aprendieron a nadar, a montar en bicicleta, a calentarse el colacao en el microondas. Fuimos muy felices y nos divertimos mucho. Pero siempre supe que no viviría allí eternamente, por esa razón la grabé en video en numerosas ocasiones. A pesar de que le dimos mil productos a las traviesas, nunca conseguimos que desapareciera aquel olor a estación de tren que a mí me resultaba inspirador. Ahora me doy cuenta de que quizá nuestra casa olía a despedida, que las estanterías, anclas de nuestra vida, en realidad nos invitaban a volar libres, sin raíles.
No hay que encariñarse con los árboles tampoco.
Algunos de ellos seguirán allí, creciendo sin que les importe lo más mínimo que sean otras las manos que los riegan. El campesino no puede poseer cada semilla que siembra. Alguien plantaría los árboles que veo desde la ventana del piso en el que vivo desde hace tres años. No sé quién los plantó, ni falta que hace para que me alegren la vista, como los míos alegrarán la vista de los dueños de mi antigua casa.
Aunque yo soy feliz en mi piso de noventa metros, todavía muchos de mis amigos suspiran cuando hablan del palacio en el que vivía la mujer que fui en el pasado, y aún se lamentan de que no quisiera quedármelo. Era demasiado grande incluso para seis personas, y nosotros sólo éramos tres. Y sobre todo, era injusto obligar al que se iba a seguir pagando la hipoteca de aquel despropósito espacial. Era una casa para el amor y el lujo. Ya no había amor, y el lujo se lleva en la sangre, nadie ha de dártelo. De modo que la vendimos.
Para mí sólo era un techo sobre nuestras cabezas. Para el padre de mis hijos era toda su identidad. Vender la casa y convertirse en un completo desconocido para todos los que le queríamos, fue todo uno. No hemos vuelto a saber de él.
(Un consejo difícil de seguir si tienes corazón: no te encariñes con las personas tampoco)
He sido muy feliz en este piso.
Frente a su chimenea- que tantas fotos ha dado a este blog- aprendí a no tener miedo.
Aquí mis hijos han aprendido a superar dificultades, aquí empezaron a romper el cascarón de la infancia y a desplegar las alas de la adolescencia. Aquí me hice editora.
Esta ha sido MI primera casa.
Esta tarde llamé al casero para decirle que sólo puedo pagarle medio alquiler y que no sé cómo vendrán los próximos meses.
Quizá haya llegado la hora de mandarse mudar.
De llevar nuestra casa a otro lugar.
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Mi casa,soy yo y,precisamente por este detalle,puedo hacer de cualquier lugar,mi hogar.
Si por un casual dejase mi casa,no solo por llevarme los muebles se quedaría vacía de mi,no,habría que rascar paredes para que la textura y los colores que yo elegí desaparecieran. Seguro que el mural de la pared del fondo del pasillo,ese que yo tesela a tesela decidí como quería que fuese,este,que tanto identifica mi personalidad,no pudiese venir conmigo teniendo la obligación de soportar
las críticas de los nuevos habitantes o,peor aun,tener que
aceptar ser dado de llana y permanecer ahogado,sin respirar, para siempre.Las puertas de arco de medio punto, lacadas de blanco con sus cristalitos de colores que yo elaboré, tendrían que ser arrancadas de cuajo.Seguro que las esquinas redondeadas de las paredes se convertirían en horribles ángulos y los techos altos y expansores,se convertirían en bajos y aplastantes. También puede darse el caso que,los nuevos habitantes no tengan ese sentido de, mi casa soy yo y,no les moleste que yo siga estando allí.Eso sí, me llevaría mi tronco de Brasil que lleva 23 años de largas fatigas a mi lado,conmigo.
Algunas casas y personas, dejan huella…
Bien…es cierto mi «casa soy yo», pero es inevitable no trasladar la nostalgia ni la inquietud de habitarla,que te habite, o que no te habite nunca más.Algunas casas dejan huellas…quizás la última, tenga en algún lugar recóndito,vericuetos minúsculos donde guardar tantas emociones encontradas…ah!!! siempre me llevaría la mayor cantidad de «verde» que he plantado en cada lugar…quizás hasta un arbol pequeño insertado en mi living estrecho.A veces somos dueños de «la semilla sembrada» solo es ponerlo en el equipaje de mudanza.Susana (una mujer argentina)
Se que tienes razón Marisol cuando nos dices que somos independientes de nuestras casas, que no somos como los caracoles, vaya. Eres una valiente y me encanta y admiro tu espíritu de «saldré adelante pase lo que pase». Al leer tu texto se me ocurre una oración (no soy una persona religiosa pero si agardezco a la vida sus dones): Gracias x poder mantener mi casa con su jardín y sus paredes decoradas con mis dibujos. Gracias x mi Paco (Paco Marín, Sello) q está dispuesto a soportarme bajo viento y marea (me lo ha demostardo DE VERDAD). Gracias x todo lo que yo tengo y puedo mantener, me gusta mi casa a pesar de sus enormes grietas y todos sus defectos. A fuerza de desarrollarme y evolucionar bajo su techo, le he cogido cariño. Espero no tener que dejarla. Pero si hace falta, espero sobre todo tener tu mismo valor Marisol, para afrontar la mudanza con tu mismo espíritu positivo 😉