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Amor polvoriento

por Marisol Oviaño
magritte

Hoy, al abrir una caja de cartón llena de papeles que en su día fueron importantes, apareció una fotografía tuya.
Eso no tiene nada de particular: te amaba y te fotografié muchas veces. Como si hubiera sabido que algún día tendría que mirar un trozo de papel para recordar quién eras.

Pero en esos retratos nunca encuentro al hombre que yo amaba. En ellas aparece un desconocido que no me produce ni frío ni calor. Sólo siento un viejo temblor ante aquellas en las que apareces de interminables espaldas en la playa, con los brazos cruzados, tus piernas de coloso abiertas y los pies bien anclados en la arena. Parecías capaz de resistir mil maremotos y te desmenuzaste con la primera olita. Pero todavía amo la curva de tus riñones.

Y hoy, en esa fotografía que probablemente lleva en la caja desde mucho antes de que tú yo pensáramos que habría vida después de nosotros, encontré al hombre que amaba. Me sonreía recién levantado, enamoraíto perdío.
Me alivió saber que no fuiste un producto de mi imaginación.

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