por Rodolfo Naró
Me gustaría seguir viendo con los ojos de otro cuando muera. Que mi corazón siga llevando ilusiones a los pensamientos de una mujer enamorada. Que mi hígado siga destilando nuevos sabores, especias, magníficos vinos. Todo comenzó con un poco de sangre cuando en 1901 el doctor Karl Landsteriner, Premio Nobel de Medicina en 1930 la clasificó en sistema ABO y décadas más tarde en Factor Rh. A mí me la cambiaron toda cuando me operaron de la columna. Ignoro si fue de una misma persona o de varias, pero como tengo una sangre muy corriente, O positivo, pudo haber sido de cualquiera. En febrero de 1983 en el consultorio del doctor Héctor Peón Vidales mi padre le preguntó si era segura, por esa enfermedad nueva conocida como AIDS, el SIDA aún no tenía traducción al español. El ortopedista le aseguró que estaba más que analizada y programó la operación para el 27 de julio del mismo año. En total fue más de un mes de hospitalización, ocho horas de quirófano, seis litros de sangre y, de las minas de Zimbabwe una aleación de platino con otros metales, para la barra de Harrington que rige a mi columna.
Cuando Edith Oropeza era editora de la revista Marie Claire, hizo un reportaje sobre fertilización in vitro, y visitó las instalaciones del Instituto Médico de la Mujer, entonces supimos que no sólo parejas infértiles acudían a ellos, también iban chicas solas que querían ser madres, mujeres al límite de edad fecunda que no tenían con quien procrear y un alto índice de lesbianas que vivían una relación estable con su pareja. Entre los servicios que ofrecían estaba un listado enorme de las características del donante de semen: estatura, color de ojos, cabello, medidas corporales, ascendencia, nacionalidades. Había donantes de Holanda, Francia, Inglaterra. Cualquier país europeo era el mayor competidor contra los de Estados Unidos, Argentina, Veracruz o Guanajuato. Así la mujer podía escoger al hombre de sus sueños entre más de 250 candidatos y tener un hijo de ese perfecto desconocido. Todo estaba garantizado, decía el informe al pie de página.
Eso fue hace seis años. Ahora leo que en Estados Unidos hay una clínica, LA Fertility donde los futuros padres no sólo pueden escoger el sexo del hijo, sino también el color de ojos, de cabello, quizá hasta el carácter. Sin embargo, otra cara del átomo de la ciencia ha descubierto el poder sanador de las células madre de la sangre del cordón umbilical. En la Feria del Libro de Guadalajara del año pasado conocí a Alejandro Gómez de la empresa mexicana Sangre de Cordón y me explicó que en la gestación, esas células son productoras de glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas que sirven para el tratamiento de leucemias, linfomas, diabetes, parkinson, cardiopatías y un sinfín de complejas enfermedades cerebrales, reumáticas, medulares. La criopreservación o congelamiento de las células a -190 grados centígrados las mantiene vivas pero inanimadas. También sirve para la regeneración de órganos, así como a la lagartija le vuelve a salir la cola si se la cortan, el hígado del humano puede regenerarse y crecer a partir de un pequeño segmento sano del mismo. Mientras que en Francia en 2005, se le hizo a una mujer el primer transplante de rostro que le comió su perro y en Alemania, el año pasado a un agricultor le implantaron dos nuevos brazos que había perdido en un accidente laboral y en China en 2006 han hecho el primer y único transplante de pene, quizá en pocos años podamos auto regenerarnos igual que las lagartijas.
Y como yo he sido un paciente activo de la ciencia médica y he recibido la donación de tornillos y fierros de tierras lejanas no tengo empacho en donar sangre a la Cruz Roja Mexicana cuando está la campaña o en poner sí en mi licencia de conducir a la pregunta ¿donador de órganos? Lo único que lamento es no poder ser un donante de semen para esos centros especializados, pues por el gen de la columna chueca que heredé de mi madre y ella a su vez de mi abuela es posible que un hijo mío también tenga la escoliosis congénita que me sobrevivirá en una barra de finísimo platino.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.
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Hola también fuí paciente del Dr Peón Vidales, solo que unos años antes que tú, espero que también compartas el agradecimiento con el Dr Peón V. y la vida por la fortuna de la salud recuperada, y tu suerte sesa como la mia, que al cabo de tantos años de cirugía estes sin complicaciones ni dolor. Además somos de la misma edad y creo que ambos vivimos en Guadalajara algunos años.
Saludos, espero encontrar algo de tu obra pues me gusta la lectura, sin embargo debo confesar que no te conocía. prometo buscar algo tuyo y poder comentar algo más alla de ámbito médico. Hasta pronto
ashh el amor es una babosada io estoi kon mi perro