Miguel Pérez de Lema
La cámara es sabia. Y cuanto más lejos en el espacio y en el tiempo nos situamos, más brilla la verdad profunda de lo filmado. En este caso, la estética soviética refulge de forma estupefaciente, mágica, surrealísima y absurda, autoparódica a su pesar, en el momento previo a su implosión.
Son anuncios de 1987, momento en que el imperio estaba ya hueco y podrido como un árbol seco y sólo quedaba darle un último empujón. El momento en que las cosas habían dejado de tener el menor sentido, en que la farsa no se sostenía más. El momento en que una lámpara criminalmente hortera es el confuso recuerdo de algo parecido al lujo. El momento en que todos los rostros inspiran dureza y desconfianza, esos maniquís masculinos, qué miedo de que nos detengan. El momento en que los modelos sonríen con profunda tristeza o desagradables muecas -¡ese plano final del anuncio del cassette!-.
Por mal que vaya el mundo, recordad siempre, amigos, que podría ser peor. Podríamos ser todos soviéticos.
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La estética de teletienda es tremenda. Pero las caras de los modelos… Aquí también nos venden moda con modelos todavía más cabreados que estos y mujeres modelos que miran desde la pasarela como si no tuvieran alma.