por Pedro Lluch
Fascinante es la historia de Gneo Pisón, que Séneca cuenta (De la ira, Libro I) y que ratifica la opinión de Tácito (Anales, II, 43,3) sobre el carácter iracundo de Gneo Pisón, quien, siendo gobernador de Siria en tiempos de Tiberio, se enrabietó contra un soldado que había sido enviado fuera del campamento a buscar provisiones y volvió sin su compañero de fajina. Creyéndolo asesino, Gneo Pisón lo mandó ajusticiar. Y cuando un centurión estaba ya en el cadalso dispuesto a troncharle el cuello al condenado apareció el compañero de fatigas, que se había perdido. Y reo y reaparecido fueron llevados de nuevo ante el gobernador por el centurión. Y Gneo Pisón subió entonces al estrado desde donde dictaba justicia y mandó matar a los tres. A uno por haber sido condenado, al segundo por haber causado la primera condena, y al centurión por desacatar la primera sentencia.
Leed a los clásicos y esto os permitirá ver la barbarie con la compasión necesaria para no juzgar ni a bárbaros ni a víctimas. Leed a Flavio Josephus, por ejemplo, que relata la guerra de los romanos contra los judíos en Bellum Judaicum. En sus páginas hallareis ejemplos diáfanos de cómo el Jerusalén del primer siglo de nuestra era hervía en facciones y treguas rotas, zelotes, saduceos, bandidos, fariseos, macabeos y golpes de mano, traiciones, escaramuzas y mortandades entre la potencia imperial y los lugareños que se defendían como podían contra la muy superior maquinaria de guerra imperial. Nada nuevo bajo el Sol.
No hay fotos de aquellas sangrías. No han visto nuestros ojos las mortajas abiertas enseñando los rostros tumefactos de los niños (judíos o palestinos) de entonces. No hay fotos de los impactos que dejaban la artillería romana (trabuquetes, onagros, ballestas…) en los muros de las ciudades asediadas, como sí las hay de los pavimentos desflorados por los erráticos misiles Qassam que caen sobre las ciudades del sur de Israel, como sí las hay de las humaredas blancas de las bombas de fósforo blanco sobre los atardeceres de Gaza (caperuzas de muerte sobre un millón y medio de víctimas potenciales). Pero los textos de aquel entonces, mucho menos recatados que la actual prensa, dan cuenta de violencias, exacciones, brutalidades; de la chusma, de la soldadesca, de las legiones iracundas, de los aldeanos; describen los delirios del generalato y las sandeces de los líderes de cada época con una sazón crítica que, hoy por hoy, parece haberse disuelto en la sosa realidad de lo virtual y políticamente correcto.
Y así, sin ver los telediarios, sin leer la prensa hegemónica, sin curiosear por los web-sites partidistas o los entes de propaganda de uno y otro lado, seguiré inmerso en los clásicos. Y en la bañera también. Saldré de ella con la piel sembrada de lavandas como anticipo de la primavera. Miraré cómo nieva tras el ventanal. Pondré agua a calentar para preparar un rooibos especiado. Y lo sorberé sin prisas escuchando a Messiaen. Me perfumaré. Me afeitaré, me pondré guapo, mirando de propiciar una sesión de Tantra en buena compañía. Pensaré en los amigos. En los ángeles y en los amores caídos, y en los que se arrastran. Pensaré en acabar la crónica dels Feyts del rey Jaume I el Conqueridor. Y seguiré con ahínco labrando «piedras de palabras», unas pocas cada día, hasta lograr cerrar el grifo del desespero que, a veces, me encharca el alma.
No negaré que me tienta una solución a la Pisón: entran ganas de hacer como él y acabar con todos. Con los que están condenados; con los que matan; con los que miramos. Pero el deseo se escurre por el desagüadero de la bañera y se diluye en quietudes seráficas. Y me miro desnudo frente al espejo y no veo sino un hombre desnudo e incapaz de librarme de las estrictas fronteras de mi piel. Quizás merecería yo sufrir desollamiento, previo a la muerte.
0 respuestas a «De crudelitas classsicorum»
Eres grande, Pedro. Grande y sabio.
Quizás lo mejor sería que hallaran la manera de que quien quisiera pudiera cambiar de especie. Por ejemplo, de humano a felino. Entonces mataríamos sólo por hambre, o por sexo, para sobrevivir. Sin remordimientos, sin planes, sin clásicos. Una vida sencilla y al límite.