Por Marisol Oviaño
Todos estábamos de acuerdo en una cosa: mi padre no podía morirse el día de Reyes.
Él era el día de Reyes.
Había que ver la ilusión con la que esperaba a hijos y nietos, cómo aplaudía cada regalo que abríamos, cómo todos nos divertíamos en grande sólo por hacerle feliz, cómo disfrutábamos de aquella comida y de la larga sobremesa. Era el día del año en que la vida venía a decirle que tenía razón: el tiempo a cada uno le pone en su sitio y él había conseguido el mejor de todos.
Había empezado a morirse meses antes de Nochebuena, superó Navidad y, ya en Nochevieja, sabíamos que el fin era inminente. Todos los que le conocían afirmaban con vehemencia: no puede morirse el día de Reyes.
El día 5, cuando mis hijos se acababan de acostar para esperar a los Reyes, llamó mi familia: papá agonizaba.
Conduje los 30 kilómetros repitiéndome la frase que todos nos habíamos repetido en los últimos días miles de veces como un mantra: no puede morir el día de Reyes.
Cuando llegué a su casa, había una uci móvil con las puertas abiertas en la entrada principal, esa que sólo se abría en caso de boda. Mis hermanos y mi madre estaban en su dormitorio, los paramédicos que rodeaban a mi padre tuvieron el detalle de apartarse para que me acercara a él.
Aunque llevaba días inconsciente, me dio el último abrazo.
Un abrazo que no olvidaré nunca, nunca, nunca.
Lo acompañamos al hospital, yo regresé a casa unas horas para dormir algo y abrir los regalos de Reyes con mis hijos antes de regresar a la habitación en la que mi padre había de morir.
Por supuesto, aguantó el día 6 como un campeón.
Todos los que le querían- que eran muchos- pasaban por la habitación para despedirse de él, para darnos calor, y decían: hoy no se muere, ya lo verás.
No nos dejó hasta la tarde del día 7.
Yo creo en los Reyes Magos.
Son la mejor metáfora que conozco.
0 respuestas a «Creer en los Reyes»
Enternecedora historia. Yo también creo en ellos