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Viaje a la Camorra

por Rodolfo Naró
Imagen en contexto original:robertosaviano
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Todo está conectado con la Camorra. A Nápoles llegan barcos con mercancías de China, tecnologías del Japón, tabacos, perfumes y cosméticos, cualquier prenda hecha con mano de obra barata o infantil. En pocas horas los barcos vuelven a zarpar para surtir grandes almacenes del mundo, a los vendedores ambulantes o a aquellos que en las esquinas de las calles de cualquier ciudad de México ofrecen el mismo artículo. A Latinoamérica la surten desde Nueva York, con productos de costo menor a un dólar.

Nápoles esta tomada por la Camorra. Es una ciudad hostil, peligrosa, se siente al caminar por sus calles de edificios derruidos, llenos de agujeros de bala. Da la sensación de abandono, apesta con el tufo que deja la apatía. Desde hace tres años que comencé a escribir Un dardo en la voz, la historia de odio de una bailarina clásica y un fotógrafo de guerra, rastreé a la mafia de Nápoles, hasta que cayó en mis manos Gomorra, de Roberto Saviano. En julio pasado fuimos Nadir y yo a Nápoles. Para mala suerte ese día nos tocó huelga de transportistas en toda Italia. Nuestro itinerario y la cita que tenía acordada nos obligó a no poder cambiar el viaje. No había trenes, las salidas de los autobuses estaban limitadas a dos corridas por día, Roma estaba sin metro ni transporte público. Desde la madrugada las terminales atestadas de gente revendían boletos a cualquier precio en las narices de los carabineros. Después de cuatro horas de batallar y pagar una cifra insospechada por nuestros asientos, entre apretujones y gritos subimos al autobús.

Pasado el mediodía llegamos a Nápoles. Pero un día antes habíamos caminado todo Roma, subido los 389 escalones de la cúpula de San Pedro y en la noche del sábado, Nadir había bailado tanto en la despedida de soltera de Fulvia, mi traductora al italiano de El orden infinito, que al dar los primeros pasos en la Plaza Garibaldi se dio cuenta de que las piernas se le habían hinchado de tal manera que el menor paso le reventaba los talones. Desesperados, en una farmacia nos dieron un remedio para su gamba gonfia y la dejé en la Termini. Yo tenía cuatro horas para recorrer la ciudad, caminar sus calles, sentir su pulso.

El centro es un hacinamiento de inmigrantes rumanos o gitanos. Con callejones solitarios, estrechos y largos que una vez que los comienzas a andar el retorno es tan largo como la salida. Yo me sabía ajeno y observado por ojos que descubría atrás de las ventanas de los que viven en la clandestinidad, diez o doce personas en cuartos sin ventilación, con el olor a cañería y ragú pegado a las narices, aturdidos por la música y el fútbol de la televisión. Trabajan de costureros, copiando discos, embolsando dosis, con la puerta abierta y la abuela sentada en la entrada mirando para todos lados. Siempre con ropa tendida en la ventana, ciertas prendas y colores son claves de peligro, de ausencia, o de trabajo terminado. Nadir sería mi intérprete pero de cualquier manera me las arreglé para hablar con el gerente de un cine porno que había contactado desde Barcelona, con la dueña de un restaurante adonde me mandó a comer una pasta insuperable y ella a su vez, con un mendigo que presumía sus miserias afuera de los tribunales. Trataba de dominar el miedo. La impunidad se ha ido comiendo Nápoles como el salitre , lo comprobaba en la mirada retadora de los adolescentes, en mi prisa por volver a Termini en sólo cuatro horas para evitar que una banda de gitanos siguieran hostigando a Nadir, ofreciéndole trabajo o cobrándole cuota por el lugar que ocupaba. …

Roberto Saviano escribe en Gomorra que la mafia napolitana ha matado a 3600 personas en 28 años, más que la mafia rusa, la ETA y el IRA juntos. En México la violencia y el narco se mueven a otras proporciones: 1741 personas muertas en los últimos noventa días, sólo en la capital del país. 1377 ejecutados en lo que va del año en Chihuahua. En septiembre se encontraron 12 cuerpos decapitados en Yucatán, 24 muertos en el estado de México y 120 más en Tijuana. En total más de 4600 personas asesinadas sólo en el 2008, sin contar las más de mil mujeres que ya han registrado su propia marca: Las muertas de Juárez. En México los carteles también son familias con nombre y apellido que trafican con personas, secuestran, se asocian con gobernantes corruptos y compran todo lo que pueden para lavar dinero. Organizan a vendedores ambulantes para vender en los semáforos las mercancías que llegan al Puerto de Veracruz. Lo peor es que nos hemos acostumbrado a vivir entre la delincuencia, a retar al miedo, a no creer en las cifras del gobierno porque los políticos son el crimen organizado que, con impunidad, toca hasta nuestra puerta. La mafia y el terrorismo se han convertido en la misma afrenta. Ya no hay ideales sino negocios. No tenemos escapatoria, los malos vigilan desde el poder.

La Camorra no sólo es narcotráfico también controla la usura, vende protección y extorsiona, desaparecen a sus enemigos en tanques de ácido o aplican la venganza transversal, matan a las personas que tienen lazos de unión con el que quieren castigar: padres, esposa, hermanos, amigos, no dejándole lugar seguro a nadie y permitiendo que el delator viva, hasta hacerlo sentir otra vez seguro, tanto como el caso que cuenta Saviano para XL Semanal del diario español ABC, de un hombre que los había denunciado nueve años antes y al que por fin mataron al poco tiempo de que el gobierno le quitó la escolta. Roberto Saviano, quien este año visita la Feria del Libro de Guadalajara, sabe que nunca estará seguro que, como le dijera Salman Rushdie: “Tu situación es peor que la mía. La mafia es un problema más grave y más extendido”. Tendrá que vivir, como cualquiera de nosotros, con esa fatwa el resto de su vida.

0 respuestas a «Viaje a la Camorra»

Recuerdo que, cuando era joven y asistía a clases impartidas por escritores mucho más mayores, nunca acababa de entender qué significaba qué querian decir cuando afirmaban que los escritores tenían que comprometerse con la sociedad en la que vivían y ser fieles a sí mismos.

Algunos habían estado en la cárcel durante la postguerra española. Nosotros, hijos de la democracia, no veíamos ningún peligro en escribir. Y mira ahora, aquí al ladito, en la civilizada Europa, ser escritor vuelve a ser una profesión de riesgo. Y supongo que la misma suerte que Saviano correría cualquiera escritor que se atreviera a hablar del crimen organizado, las mafias de las drogas o la corrupción del Estado.

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