por Pedro Lluch
Almatý no es muy diferente a otras ciudades del antiguo imperio soviético que el viajero ha tenido ya ocasión de patear. Puedo compararla a Kiev, a algunos suburbios de Tallín o de Moscú, de Kishnev. Probablemente Samara, Rostov o Novosibirsk se parezcan también a lo ya visto.
La alegría del vodka, los restaurantes kitsch hasta el punto de parecer decorados por los atrezzistas favoritos de Boris Izaguirre en estado de ebriedad, las voces melífluas de los cantantes con el micro en mano pasando entre las mesas, la pasión por lo latino (ya sea en el Che Guevara de Moscú, junto a la Lubyanka, o el Copacabana de Almatý, ambos renombrados antros de salsa, merengue y piernas interminables), la frialdad inicial en el trato de los comerciantes y la calidez de las despedidas, las muestras de cordialidad gastronómica y la variedad de etnias que en el ex-imperio soviético conviven, todo esto se encuentra en Almatý, capital económica del Kazakhstán a donde una misión comercial, otra, me ha traído.
Quizás aquí la mezcolanza de razas está acentuada por la historia y la geografía. Por las calles se cruza uno con mongoles, rusos, siberianos, uigures, tártaros, coreanos, chinos, ingusetios, chechenos, turkmenos, tayikos… Todos ellos herederos de migraciones más o menos recientes, más o menos forzadas. En el museo de Historia de Kazakstán una sala entera está dedicada a las etnias de este país (otra, la más grande, al Sr Nazarbayev, el presidente del país). El vodka, el ruso y el frío de estas estepas amalgaman una sociedad que busca su sitio entre oriente y occidente.
Del mismo modo, los viajeros se encuentran en el vestíbulo del hotel tras las reuniones, al caer la tarde, y se buscan a si mismos en las sobremesas, en las entrañables canciones vascas susurradas en un taxi, en la alegría de una marbellí (ella me corrige: −El gentilicio es marbellera, según los que en Marbella vivimos), en las conversaciones durante una excursión al mercado de abastos, donde los mostradores de fruta dulce nos deslumbran, así como las pirámides de encurtidos y los tajos de carne caballar. Los viajeros, buscándose en la lejanía, al pairo de nostalgias y añoranzas, se pierden en las rondas de vodka, desaparecen en los vértigos de escaleras traicioneras y pierden la verticalidad bajo las barras buscando chichones que lucirán mañana entre risas y sonrojos. Y atrona la música en el Copacabana, y nos encandilan las livianas chicas que bailan en la pista. Son tártaras, chinas, occidentales, orientales, morenas, rubias, dueñas de un gracejo y de un buen vestir que a todos, también a la marbellera, descoloca. Uno empieza a tararear un canto al ruiseñor que quiere ser libre; el otro de la Font del Gat baja ya engatado; un tercero tira trastos y ni ve pasar las calabazas (mañana se excusará); otro, por último, después de noventa minutos de silencio embobado, sentencia que no le gusta ni el local ni la música. Y la cuadrilla se dispersa, para encontrarse al día siguiente en el lobby del hotel y contarse las gracias como si de una reunión de damnificados se tratara: uno acabó casi a puñetazos con un taxista (tras devolver por la ventanilla todo lo bebido, al llegar a la cancela del hotel, se apeó y pretendía acostarse sin más, para contrariedad del taxista que, lógicamente, deseaba cobrarse la carrera), otro lucía el chichón que una rusa más bebida que él (al caérsele encima) le provocó (lo cual no impidió que siguiese un buen rato bailando como un indio en trance durante largo rato para regocijo de los presentes). Otro sólo contaba que llegó al hotel con dos chavalas (−Y hasta aquí puedo contar, remata, para desespero del curioso); otro (bisoño) cuenta que subió a la habitación con una sin sospechar que era doña de pago (y él sin blanca, y el cristo que se montó a continuación); otro que no recordaba haber recorrido de un lado al otro el vestíbulo del hotel, mientras el del chichón le veía pasar sin desatender a las dos camareras del piano-bar, solícitas proveedoras de hielo. Y quien suscribe lamentándose de haberse retirado demasiado pronto, o tal vez a tiempo, y riendo, mientras escucho las anécdotas, al comparar los desafueros ajenos con los propios en otras ciudades.
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Es curioso como los seres humanos, a la que salimos de nuestro ambiente habitual, nos comportamos como niños a los que han dejado solos el maestro o los padres. Lo más importante es hacer «travesuras», bebida, sexo… Perdiendo de vista lo que de verdad nos ha llevado a ese país, perjudicando incluso nuestro trabajo, porque con esas resacas y esos excesos no creo que se pueda razonar muy bien después sobre los pedidos y los descuentos… Y sin embargo nos reímos, nos hace gracia y seguro que lo más memorable a destacar de ese viaje de trabajo será haber llegado al hotel con dos. Hombre, sinceramente, a mi también me hubiera gustado. Pero después no debemos quejarnos si nos sentimos «malmirados» por los habitantes de esos países. ¿Qué imagen les estamos dando? Pues la de los niños cuando salen al patio jajaja.
Susana se nota que nunca has tenido que pasar por la tristeza y el desvarío y la vulnerabilidad que te pueden acometer en esos hoteles de dios. Pedro con su viajante nos coloca cargas de profundidad y cada copa, cada puta rusa, son un grito de soledad.
Deja que al menos echen un polvete caritativo estos viajantes, porque es muy jodido andar por ahí buscándose la vida.
Eres una mujer muy frívola, Susana.
Miguel querido Miguel me suena un poco a Fernando Esteso todo ese rollazo de pobres hombres viajantes que tienen que aliviar su soledad a golpe de carne de mujer tercermundista que estaría mucho mejor en su casa y no siendo manoseada por seres a la deriva que la dejan fria e indiferente y les importan un huevo si no es por el huevo frio que se harán en sus casas una vez cobren. El mundo esta lleno de viajantes mujeres ( yo entre ellas) que se meten tranquilamente en la cama tras el curro y no se dedican a tocar el culo al personal masculino de los paises en los que viajan ( y believe me! los tios estan buenissimos tambien) y de hombres que se limitan a realizar su trabajo e irse al hotel tranquilamente.
Cuando encima se hace alarde del comercio sexual entre estas pobres mujeres, como si fueran a disfrutar (ellas) algo con ello ya se me ponen los pelos de punta………
Hay que triunfar en casa chavales!!!!!!!!!!!!!!!!!
La tristeza, el desvarío, la vulnerabilidad, querido Miguel, no nos equivoquemos, ya las llevamos en la maleta, desde casa.
Aquí también convivimos con ellas, lo que pasa es que no nos sentimos con las fuerzas o no disponemos de la oportunidad de hacer esas pequeñas travesuras.
Es jodido andar por ahí buscándose la vida, como es jodido trabajar de paleta en una obra con las heladas que caen estos días, o de pescador tal como está la mar, o de minero…
El viajante siempre puede volver, los demás ya estamos aquí. El viajante siempre puede huir, los demás seguimos aquí.
Por cierto, sí que he pasado por la tristeza, el desvarío, la vulnerabilidad en esos hoteles de Dios, y lo que es más horrible, yo no viajaba sola.
Chicas, chicas, chicas. Ya estáis pidiendo otra vez que los hombres sientan y vivan lo mismo que las mujeres. Si sintiéramos lo mismo, una de dos: o vosotras también iríais de putos en esos viajes, o las putas no existirían.
Supongo que el “chicas” de Marisol me incluye a mi. Léeme bien Marisol, que yo no estoy pidiendo lo que tú dices.
Simplemente digo que la soledad del viajante no es la excusa para los excesos. Que esas travesuras las hacemos porque el niño que llevamos dentro se siente libre lejos de casa. Y que somos la misma persona aquí y allí, pero en un sitio nos atrevemos y en el otro no. No me da pena el viajante, al contrario. Aunque al final vuelve y se siente de nuevo como todos.
Y obviamente no todos los viajantes se comportan igual.
Nunca le pediré a un hombre que sienta y viva como una mujer. Ahí está la gracia, en la diferencia, en llegar a entenderse pese, o gracias, a las diferentes hormonas que nos gobiernan. Además, en el fondo, si nos quitamos todos los velos, que son muchos, somos iguales. Sangre y alma, nada más.
He leido el articulo y despues de revisar los comentarios lo he vuelto a releer…Yo estuve alli…en las reuniones del lobby, en Fugasov, en Copacabana, estuve alli y lo disfrute…Buenos comerciantes y mejores compañeros de viaje. No hare critica de lo que fue o pudo haber sido, por que nunca existio la intencion de comercializar mas alla de grifos, valvulas, visagras o viviendas. No se llego a regatear con ninguna señorita, por que ya llevaban el precio fijo (creo que andaban por los 200 dolares). Gracias Pedro por hacer inolvidable una de las noches » con mas arte «.