por Malvi
Fotografía en contexto original: infraestructurado
Llegan cansados después de una larga jornada más o menos dura.
Sólo por eso ya merecen mi respeto.
Es un privilegio ser su profesora.
La inmensa mayoría de los seres humanos sale del trabajo, pone el piloto automático hasta el sofá y enciende la tele para no pensar en nada.
Mis alumnos pertenecen a esa pequeña minoría rebelde que espera más de la vida. Quizá ellos todavía no lo sepan, pero forman parte de una élite. Una élite a la que el común de los mortales no querría pertenecer, es cierto: exige demasiado de ti mismo, demasiado esfuerzo, constancia, paciencia y dedicación. Está bien que haya gente que disfrute con la Pantoja y sus exnovios mientras otros quieren seguir creciendo, seguir aprendiendo. No seré yo quien afirme que todo el mundo debería leer, del mismo modo que no creo que todo el mundo haya nacido para futbolista de primera división o estrella del jazz.
Están aquí porque quieren: me pagan para que yo les haga exprimirse las meninges.
Ese pequeño detalle me obliga a darles lo mejor de mí misma cada vez.
Pero es que, además, se lo merecen: tienen tantas ganas de aprender y yo tantas ganas de enseñar que, cuando nos despedimos hasta la semana siguiente, cualquiera que nos vea por la calle pensará que venimos de echar un polvo.
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Pertenezco a esa pequeña mimoría rebelde que hace tiempo optó por seguir creciendo y dejar a la Pantoja y compañía para otros. Nuestra profesora nos espera muy temprano, antes de la jornada laboral, y después de ésta continuamos cada uno recogido en su casa, después también de haber atendido las obligaciones familiares.
Nuestra profesora tiene muchas ganas y también nos reconoce nuestro mérito y nos mira con mucho respeto.
Yo me siento élite, porque lo que hago me implica un esfuerzo extra, al que sólo yo me obligo porque de eso se trata, de esforzarse.
Y si, lo mismo pueden pensar de nosotros cuando al salir y despedirnos, alguién nos vea por la calle.