por Kurtz
Fotografía en contexto original: inthesity
Camino de la estación de Atocha, el frío de la tarde empieza a hacer mella en mis costillas. Compro el billete de regreso a casa y me siento a tomar un café. En una de las terrazas donde te llega la humedad del jardín tropical, me distraigo imaginando la vida de los que esperan aburridos la salida de su tren, o la de los que suben deprisa las escaleras mecánicas arrastrando su pesada maleta. Siempre me han gustado las estaciones de ferrocarril, donde con tanta facilidad empiezan y acaban ilusiones, viajes, amores, desventuras, desencuentros y oportunidades. Aquí conviven el vagabundo y el contable, el señor y el lacayo, el soldado y la puta, el inmigrante y el policía; y los enamorados se frotan excitados tras meses de ausencia, o se despiden llorando de los labios que no saben si volverán a besar.
Las estaciones de tren son una enorme encrucijada de caminos gobernadas por el segundero del reloj, que nos iguala a todos. Son como un enorme paréntesis donde todo el mundo está de paso, descolocado, fuera de sitio, esperando a que la vía le devuelva a su trabajo, a su hogar, a su familia, a su tumba.
Mientras acabo los últimos sorbos del café veo los andenes repletos de gente dispuesta a subir a su vagón. Y me pregunto si serán conscientes de que coger un tren puede ser una decisión rutinaria, o la decisión más importante de su vida. Puedes ir a la guerra o convertirte en un desertor; conocer al amor que siempre anhelabas, o borrar un día más la sonrisa de la mujer que te mira enamorada desde el andén de enfrente; confundirte de vagón y acabar dando la vuelta al mundo en el Orient Express, o subir al mismo insípido tren de todos los días. No es ninguna tontería montarse en un tren. La vida es un continuo pasar de trenes y lo importante es saber elegir bien en cuál de ellos tomar asiento. Subir o no subir, esa es la cuestión.
– Oiga, ¿no era ése su tren?.
– Qué más da, nunca he sido bueno cogiendo trenes.
– Pero si era de esos trenes que pasan una vez en la vida.
– Precisamente esos son los que no hay que coger.
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Me gusta la idea de la tumba al final de la vía, es potente.
Pero yerra quien se queda en la estación si cree que quedándose en el andén, no habrá una tumba para él.
Creo que fue Kavafis quien dijo: lo importante es el viaje.
DESTINO-TREN: Variantes
El destino es la vida y esta, es el destino. Ambas, están entrelazadas y se convierten en un mismo elemento el cual, se transforma y evoluciona según utilicemos los variantes
ofrecidos, la manipulación de estos nos corresponde estrictamente a cada uno de nosotros como individuo y se puede desarrollar o evolucionar de diversas maneras.El destino admite cambios en su trayectoria.
El destino, se va desencadenando a lo largo de la vida junto a nosotros, sin en realidad hacer mayor aprecio a los inmensos anuncios de vías regulares facilitadas por este y
que permanecen a nuestra disposición, esperando ser descubiertas . Según vayamos o no acogiendo/manipulando los variantes, así irá transcurriendo nuestra vida-destino.
Conoces a la persona más interesante en el lugar más recóndito e inimaginable del mundo tú , has llegado allí debido a un viaje compensatorio debido a tus méritos laborales. Has llegado a ese destino sin haber planeado nada, sin empeño por tu parte. Este es el momento en el cual, el variante, nos permite ejecutar ese cambio en el destino o no, depende de nuestra voluntad y deseo de llevarlo a cabo.
Vas en el metro y en el anden de enfrente , entre la multitud divisas un antiguo amigo de cuando estudiabas en Kat- Mandu y que hacía más de 20 años no veías, puedes
rápidamente bajar del tren y correr a su encuentro o simplemente, quedarte en el vagón y dejar pasar la oportunidad de retomar esa amistad, la cual, seguro te hubiera aportado un variante.
Hay quien llama al destino “trenes” y que solo pasan una vez en la vida , no estoy de acuerdo con esto, pues, mientras hay vida hay destino.
El destino-vida, pone el variante en nuestras manos, lo tomas y manejas o lo dejas, alterando su curso o no.
Hay un solo destino que está predestinado y único al nacer, y este es la muerte, este sabemos no admite variantes,al menos, no permanentes, los demás, se dejan
manejar…
Tuve una casa en la que instalé unas estanterías hechas con viejas traviesas de vías de tren.
Aquel olor a estación, a viaje, a cambio, no me dejaba olvidar que sólo somos viajeros y que lo único que podemos dar por seguro es el destino final.
Y no olvidarlo sirvió para que, cuando llegó el momento, no me doliera vender el que había sido mi hogar y subirme con mi circo a otro tren que nos llevaría lejos del pasado.