Por Pedro Lluch
Trato de leer, de informarme sobre la crisis. Rehúyo la blogosfera conspiranoica y me sumerjo en sesudos resúmenes de prensa, datos brutos, análisis concretos (véase la gráfica de morosidad que ilustra estas líneas, a cargo de Crédito y Caución). Sumo a eso comentarios del día a día, retazos de charlas frente a la cafetera, emails que se reciben ahora del upper management o desde la sede central en Holanda, instrucciones de aplicación inmediata relativas a recorte y limitación de gastos. Me quedo con el recuerdo de los seis compañeros que ya se han despedido de mí en las dos últimas semanas (bajas voluntarias “incentivadas”, no renovación de contrato, y demás artimañas, etc etc…). Añado las impresiones que pueden dejar los medios de comunicación. Trato de escuchar las voces ilustres que la opinión publicada divulga. Y entiendo poco. Y además es que ya es cansino.
Ayer me comentaban cómo fue la crisis del 82. Y nos reímos ahora de ella, desde nuestro presente, aunque yo pueda acordarme de una larga temporada cenando cada día sopita y tortilla a falta de recursos familliares para mejor dieta. Saldremos de ésta como se salió de la anterior. Y tal vez prestaremos mayor atención a los clásicos. ¿Acaso Marx no había ya previsto esto? OK, Marx no es un best-seller en los Estados Unidos. Bien, busquemos otras referencias: ¿acaso Maynard Keynes (¿o era Galbraith?) no auguraron ya esto?
¿A qué viene el miedo? El capitalismo es así. ¿Nos hemos ya olvidado de los ciclos económicos? Que haya variado el ritmo de estos ciclos no quiere decir que hayan desaparecido.
Si no nos gusta el sistema en el que hemos crecido, cambiémoslo. En otras palabras: Hagamos la revolución.
Y asumamos que la revolución implica dolor, cambios, pérdidas, lucha, miedo, renuncias. No se puede pretender la luna lamentando no beneficiarse de la gravedad; en otras palabras: no se puede pretender cambiar las cosas si nos apegamos al confort de nuestro bienestar. Y seamos conscientes de que son muchos los que, a nuestro alrededor, prefieren ver el futbol y leer el Hola y muchos son los que opinan que sería mejor que la gente se dejara de altermundialismos y demás zarandajas, porque en pantuflas, en casita, se está muy bien, con una copita y una buena tele de pantalla plana frente al tresillo, ¿verdad que sí?
Más allá, en el tercer mundo, otros hay que no tienen casa, ni tortillita ni sopita, ni escolaridad ni seguridad social y (sobre-)viven en sociedades violentas. Desgraciadamente tampoco disponen de información, y aun si la tuvieran ¿tendrían fuerzas para revoltarse? ¿Y con qué dinero se la pagarían, pues también carecen de recursos?
Lamento que tanto dinero se haya perdido dos veces durante esta crisis: la primera en manos de codiciosos fontaneros de las finanzas, que en el desaguadero de los hedge funds y paquetes de sub-primes han volatilizado el mercado; y la segunda vez con todo el dinero público con que se ha enmendado el dislate. Ahora somos todos más pobres, y el sistema sigue como estaba.
Quizás la revolución sea simplemente desaparecer, retirarse del mundo, volver a la vida contemplativa. Y ser felices con menos cosas.
Mientras tanto la masa se decide (o no) por la revuelta, yo en cambio me vuelvo a mi butaca. Acompaño a Cicerón al Senado Romano. Me traslado a principios de enero del año 43. Dice así su Quinta Filípica, (§11): “Por lo demás, en modo alguno debe tolerarse esa dilapidación de dinero público por la que ha robado setecientos millones de sestercios públicos mediante falsos pagos y donaciones, hasta el punto que parece un portento que tanto dinero del pueblo romano haya podido desaparecer en tan poco tiempo. ¿Qué? ¿Son tolerables estas inmensas ganancias de las que se ha beneficiado toda la familia de Marco Antonio?”
¡Caramba, veinte siglos atrás estaban en las mismas! Me pregunto si 700.000.000 de sestercios es el importe equivalente al bail-out americano, descontando la inflación, claro.
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El azar de las lecturas de este domingo de lluvia me lleva a Tocqueville y me permite seguir tranquilamente en mi butaca esperando que la masa se revolucione. Más vale que seamos pacientes. Porque al parecer, esto tiene pocos visos de ocurrir:
Dice Tocqueville en el cap. XXI de su De la Démocratie en Amérique, tomo 2: «Así, en las sociedades democráticas, la mayoría de los ciudadanos no ve claramente lo que podría ganar con una revolución, y siente sin embargo a cada instante, y de mil modos, cuánto podría perder.» Y poco después añade: «Los pueblos están, pues, menos dispuestos a las revoluciones a medida que, en ellos, los bienes muebles se multiplican y diversifican, y que el número de aquellos que los poseen crece».
Puede leerse por extenso este pasaje href=»http://www.gutenberg.org/files/816/816-h/816-h.htm#2HCH0062″>aquí, en versión inglesa .