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Un día en Dubailand

por Pedro Lluch
Fotografía en contexto original:wotevar
dubai.jpg

El viajero ha acuñado una frase con la que, desde hace ocho años, resume su experiencia arábiga: El Reino es hostil, los Emiratos increíblesy el Sultanato auténtico. Esto es: El Reino de Arabia Saudita (aka “the Kingdom”) es un país hostil para con los occidentales; los Emiratos Árabes Unidos, y en especial su capital económica, Dubai, es increíble; el Sultanato de Omán es la auténtica Arabia felix que debió existir durante siglos.

[Site entrance, sobre fondo amarillo.]

Del Reino no voy a decir nada hoy: el consulado en Madrid denegó el visado y no ha sido posible poner los pies en Jeddah como estaba previsto. Imagino que el cónsul es un miembro de la casa de Saúd, gordo, indolente y ricamente zafio que, tras el Ramadán y las fiestas del Eid-El-Fitr, no se ha dignado conceder visados a los miembros de la misión comercial con la que el viajero pretendía volver a Arabia; país hostil.

[Toll gate ahead, sobre fondo naranja.]

Visto lo cual, tras prisas y estreses para cambiar los planes de vuelo y reconfirmar agendas, hemos aterrizado en el “maravilloso” mundo de Dubailand. Serán (están siendo) tres días intensos de visitas y de recorridos de un polígono industrial a otro de la ciudad. La siempre cambiante, la siempre creciente ciudad de Dubai (y sus anexos: Deira, Jebel Alí, al-Qozs, Jumeirah…) está en continua expansión. Está subida a la cresta de una ola que no cesa de crecer, que tiene fabulosos espumarajos en forma de torres y más torres y barrios enteros que, sobre parcelas de desierto, van creciendo sin parar. Burj Dubai ya descolla notablemente con sus 160 pisos (repito: ciento sesenta pisos) sobre el sky-line; durante la última visita el viajero vio la estructura a medias alzada: hoy ya la torre central está siendo forrada de vidrios y en torno han crecido decenas de otras torres residenciales, malls, complejos hoteleros y torres corporatvas y de oficinas.

[Sheikh Zayeed Road: turn right, sobre fondo verde.]

Hace ocho años, más que a Dubai, el viajero iba a Abu-Dhabi, capital del país y centro de la industria petrolera local. Aterrizaba en Dubai, cruzaba la gran avenida del distrito financiero y se internaba en el desierto. Era una autopista de 140 kilómetros que recorría la costa hacia el norte entre arenales. Todo este desierto, ahora, ha sido urbanizado. Y sigue siéndolo: de noche los focos y las grúas confieren al paisaje un resplandor a lo Blade Runner que da miedo. Turnos de obreros vestidos de amarillo se apean de los autobuses y se dirigen a las obras a las once de la noche. Los autobuses recogerán al turno saliente y se irán. Las hormigoneras, las grúas, los bull-dozers seguirán labrando la estéril tierra y sembrando para que siga creciendo la cosecha de inmuebles, se desarrollen los viales nuevos, florezcan nuevas rotondas, nuevas rondas de circunvalación, aceras recién puestas, y todo con su aderezo de carteles provisionales informando de las obras y los proyectos inmobiliarios.

[Danger, excavation ahead, sobre fondo naranja.]

Josep Pla al ver Nueva York por primera vez exclamó: “¿Y esto quién lo paga?” (muy catalán, él). Aquí la respuesta parece evidente: lo pagas tú a cada depósito con que llenas el coche. Con cada guerra en la que nos meten, con cada acuerdo de libre comercio. Con cada gota de sudor de los bengalíes, de los waziríes, de los industanís, de los iranís, de los sirios, yemeníes, de las filipinas, de las indonesias del servicio doméstico, de los expatriados que aquí trabajan (80% del total de la población, contra sólo una quinta parte de emiratís).

[Global village at Dubailand, sobre fondo marrón.]
Esto lo paga la globalización.

[Dubai Islamic Bank, sobre fondo verde, en una marquesina.]

Me paso el día yendo de un lado a otro. Al calor, al estrés de moverse en una ciudad extraña y desconocida (aunque me muevo por los mismos barrios desde hace años, éstos sufren tales transformaciones que las referencias, de una visita a otra, se pierden), a la incomodidad del disfraz de business-man encorbatado, se une el agotador asedio del marketing super agresivo al que uno está de continuo expuesto por las calles. A ratos he de hacer esfuerzos para reposar la vista: por doquier carteles publicitarios de las nuevas promociones inmobiliarias, de los concesionarios de coches, de las grandes constructoras del país, publicidades a cual más exuberante, a cual más llamativa. No cesa uno de leer de todo en todas partes. Es agotador.

[Site under construction, take diversion, escrito a mano, con tiza, sobre unos tablones de madera.]

Ansío llegar a Omán, remansarme en su placidez y reposar. Tal vez pueda escaparme al desierto. Y caminar en silencio y sin nada más delante de mí que arenas rojas y onduladas hasta el horizonte, donde nada se lee, sino lo que uno pueda escribir en la duna, con la tranquilidad de saber que el viento, enseguida, borrará toda huella que podamos dejar.

[Exit closed, en rojo sobre fondo blanco.]

Por la noche nos instalamos en una terraza de hotel cinco estrellas. Contemplamos pasmados las construcciones que se erigen en rededor. Y nos preguntamos cuánto tiempo les queda a esta gente de vivir a costa nuestra –quizás sesenta años, tal vez noventa: ¿quién pagará la factura de la luz cuando no haya más petróleo? Nos preguntamos también qué pensará Allah de tanta soberbia, de tanto derroche. De tanta desmesura.
La brisa del Golfo es agradable. Apuramos la copa sin prisas. Es un delicioso MacCallan de 18 años. Luego pediremos otro, pero sin tanto hielo. Please, charge the bill to globalization.

0 respuestas a «Un día en Dubailand»

Sí, formidable… El lector fantasea con otro viajero, sin duda protosemita, en Gizeh… Por la noche se instala en la terraza… Pasmado ante las construcciones que se erigen en rededor… Se pregunta cuánto tiempo les queda a esta gente… Contempla sin saberlo más de cuarenta siglos… Sin prisas, apura la copa.

Me encanto tu cronica, muy fina y poetica, un uso y tecnica del lenguaje apropiado cuando se cuenta con poco espacio para narrar anecdotas y experiencias tan sabrosas vista desde una perspectiva tan personal en «un estilo a lo Lluch».

No comparto plenamente las pocas decadas de jolgorio que puedan quedarle a este tipo de sociedad, creo que tienen y tendran tanto dinero que ya deben estar diversificando su portafolio e invirtiendo en las nuevas tecnologias limpias que daran y estan aportando «energia» al planeta.

Con mis sinceras congratulaciones

Mis viajeros también recorren MEA pero, sólo me traen dátiles rellenos de pistacho como anécdota de sus viajes. Después de leerte, podré codearme con ellos y darles
unas cuantas referencias pues, contigo, me transporto a Dubailand , ellos van, pero no están, esa es la diferencia… gracias por llevarme contigo!!

¡cosas mas grandes se ha tragado el desierto!

Una vez tube un profesor que me dijo que el hombre ya no era capaz de crear cosas tan grandes como «la Gran Muralla China» o las grandes piramides, debido a la mano de obra (esclavos), creo que en algo estaba equivocado.

Un saludo

Con tu relato me has transportado a Dubai, estoy impresionada con tus palabras, conforme lo leía me sentía con ganas de visitarlo, pero al final de todo creo que son eclavos de su dinero (aunque a nadie le amarga un dulce).
Muchas gracias por dejarme compartir tus experiencias.
Lola

Felicitaciones Pedro.

Tu Padre me regalo tu cronica y se lo agradesco,escribes muy bién y fue un agrado leerla,logras transmitir sentimientos y sensaciones,atrapas al lector,lo disfrute.
Un abrazo
Victoriano

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