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El ser humano, ese adorable hijo de perra

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Imagen en su contexto original en Banksy

Miguel Pérez de Lema

El sitio donde vivo es un bonito decorado de calles peatonales que dan bastante bien en los catálogos de las agencias de viajes. Estoy de acuerdo con el ilustrísimo señor alcalde en que lo malo es la gente.

Desde el final del verano a esta parte, he empezado a ver cosas simpáticas. Primero me asaltaron unos niños representantes de la honorabilísima república de Rumanía, que armados con unos enormes tubos querían hacerme el lío del cajero automático. Un policía de paisano los detuvo al instante y, con la cara colorada, los soltó al instante. Fue en la Plaza Mayor, un sitio chungo que te cagas.

En la Puerta del Sol los chaperillos búlgaros se pelean entre ellos porque ya no hay curro en la construcción y de pronto aquello se ha llenado de aspirantes a la chapa. Los ancianitos babosos se relamen con tanta mercancía y se teme que empiece el dumping chaperil, los navajazos, y demás conflictos de la carne. A todo esto, la mano del ilustrísimo alcalde ha descargado sobre los hombres sandwich que anunciaban la compra de oro, porque coño, eso es indigno y además sale en la foto.

Un poco más cerca de mi madriguera, en la plaza de Benavente, ya es que no se cabe de tantas putas viejas y tanto indio alcoholizado, todos ellos eximios embajadores culturales de nuestras viejas colonias en el norte de África y el sur de América. Los indios hacen un corrillo durante todo el día, sin para de tomar, hasta que empiezan a potar, o se mean encima, o se caen de culo. Las putas son un poco más violentas y se regañan con muy malos modos.

Desde hace unos días, en frente de mi portal, en el hueco de la entrada de un bar de copas, vive una pareja de borrachos de mediana edad. Por el día, mientras el bar está cerrado, ella duerme, y él se pone en mitad de la calle a mirar desafiantemente a todo el que pasa. Yo acabo de deslizarme ante su mirada escrutadora y acusadora, con mi cabeza gacha, avergonzado de tener una llave, un piso, una cama. Ni la llave ni el piso ni la cama son míos, si tú supieras qué cerca estamos el uno del otro…

Ahora voy a entrar en la página de la oficina de turismo de Madrid, para ver lo moderna que es mi ciudad, mientras me bajo una botella de orujo. Hoy no salgo más. Que bonito todo.

0 respuestas a «El ser humano, ese adorable hijo de perra»

Ni te imaginas lo cerquita que estamos todos de eso.
Acuérdate de quien fue mi pareja durante tantos años, del pedazo de casa que tenía, de las empresas de éxito que dirigía… Y ahora, cada vez que me cruzo con un homeless borracho o un mendigo que empuja un carro de supermercado con toda su vida dentro, le miro a los ojos para ver si, debajo de tanta suciedad, encuentro a alguien conocido.

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