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El ser humano, ese entrañable cretino

Por Miguel Pérez de Lema
Imagen en su contexto original en: banksy
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En este apocalipsis de bajo presupuesto que es el presente, algunos todavía tienen sentido del humor, arrojo e imaginación para tirar por la calle de enmedio y pasar un buen rato mientras puedan. Son lo más parecido a los héroes que podemos ver en este tiempo, valientes que añaden absurdo al absurdo, indecencia a la indecencia, anormalidad a la anormalidad, y se convierten en un referente de nuestra decadencia.

Hablo, por ejemplo, de ese conductor del Metro de Madrid al que han denunciado ayer porque resulta que llevaba a un travesti en la cabina para que se la chupara mientras él pilotaba la cosa. Un fenómeno. Al final le han pescado porque, encima, no quiso pagarle al travesti el servicio y el noble hurgamandero se presentó en la taquilla del metro en Moncloa a reclamar lo suyo. Ole con ole.

Y luego está lo de Garzón, que quiere ser chica Almodovar, pero no sabe cómo.

O ese otro modoso, que dice que lo de tirar arroz a los novios es una grosería y pone de moda primero lo de tirarles pétalos de rosa, y al final acaba inventando la suelta de mariposas vivas. Imagínate a tu tía la del pueblo, sí, la del bigote, junto a esa sobrina enjuta con cara de oveja, en la puerta de la iglesia con un bote lleno de insectos con alas. Qué boda.

Y luego está lo de Garzón, que quiere ser chica Almodovar, pero no sabe cómo.

Modestamente, vengo pensando hace tiempo que nos ha tocado vivir un tiempo fantasmal. Un tiempo después del tiempo en el que la máquina ya no va pero la inercia sigue empujando cierto trecho el convoy. Tal vez estamos todos muertos y no nos hemos dado cuenta porque el paisaje, todavía, parece que se mueve tras la ventana. Y algunos, incluso, hacen que se la chupen por el camino.

0 respuestas a «El ser humano, ese entrañable cretino»

Yo también, como dulcinea, me alegro de la prohibición: tus palabras, Miguel, siempre resultan más sabrosas y alimenticias que los vídeos que cuelgas.

Podemos discrepar. Es más: discrepamos claramente en muchas cosas. Pero es innegable que discrepar contigo es un verdadero lujo. Y un placer coincidir contigo en otras cosas.

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