por Marisol Oviaño
Algunos escritores cometen la insensatez de creer que escriben para que les que quieran, y eso es un contrasentido.
El escritor es alguien incómodo, no ve el traje del emperador y tiene una mirada sobre el mundo que rara vez es complaciente. Y es esa precisa capacidad para poner el dedo en la llaga, lo que hace de él escritor.
A veces sucede que alguien lee una ficción y escribe o llama al autor para darle las gracias, porque cree haberse reconocido en lo que sólo es un personaje. O peor, personas que se diluyeron siglos ha en la memoria del escritor, llaman para quejarse y tienen que empezar por recordarle quienes son y de qué se conocen. Entonces el juntaletras puede tener la vaga esperanza de que en lo que escribe hay algo de universal: eso en lo que todos podemos reconocernos.
Cuando yo tenía una familia de anuncio, estuvo una temporada en mi casa un gran amigo que estaba como las maracas de Machín y tenía mucho talento. Cada vez que se le ocurría una idea, la apuntaba en un papelito y la escondía en el primer sitio que tuviera a mano. Meses después de su marcha, seguíamos encontrándolos.
Yo sabía que hablaba sobre sí mismo. Pero cuando me tropezaba con sus frases- en el armario del botiquín, por ejemplo-, no podía evitar pensar que parecían hablar sobre mí. Y mi entonces marido, que estaba convencido de que él y yo habíamos tenido un lío, cada vez que encontraba una de aquellas notas en el garaje, en la guantera de su coche, en la funda de un dvd, aullaba: ¡este cabrón escribe sobre mí!. Poco después empezó a exigirme que también yo escribiera sobre él, y nos divorciamos.
No escribas para que te quieran.
Escribe porque sangras.