por Marisol Oviaño
Empecé a trabajar en este mundillo a los 18 años, en Akal Ediciones.
Quien entonces era mi jefe, me regaló varios libros de la casa que consideraba imprescindibles en mi maleta literaria. Veinticuatro años después, yo también soy editora. Amén de correctora y asesora para otras empresas o individuos, y reponedora en un hiper si hace falta.
Buscando en mis estanterías algo que releer, encontré uno de aquellos ejemplares que Ramón Acal puso en mis manos cuando yo sólo era la niña que hacía el café: La peste escarlata, de Jack London. No había vuelto a leerlo desde entonces, me lo llevé a la cama y me dormí sobrecogida por lo actual que resulta casi un siglo después de haber sido escrita: una peste asola la humanidad en el 2.013 y los pocos supervivientes se ven condenados a empezar la evolución de nuevo en un escenario salvaje, donde los más fuertes y primitivos dominan sobre los más cultos, menos preparados para sobrevivir en la naturaleza. (Reseñaremos este libro en LaRevista, aunque debe estar descatalogado)
Al día siguiente, mi socio me invitó a una cena en su casa en la que la mayoría de los comensales pertenecíamos al mundo de la edición: redactores, correctores, traductores… El invierno se nos presenta muy duro, y ya hacía años que las cosas no eran muy bollantes para nosotros: todos estuvimos de acuerdo en que las empresas siguen pagándonos lo mismo que en el 2002, y en que los medios tradicionales han dejado de ser fuente de ingresos para nosotros: ya no encargan nada fuera de sus redacciones.
No sé qué es lo que los editores de mi generación regalaremos dentro de 20 años a los aprendices, pero tuve la sensación de que estaba asistiendo a una fiesta de oficios en extinción. La revolución tecnológica y la crisis afectan a muchas profesiones clásicas en la historia de la humanidad desde la invención de la imprenta.
Mientras bailábamos al son del granizo que habrá asolado las cosechas, sentí que estaba viviendo las horas previas a la Peste Escarlata. Me pregunté cuántos de los presentes sobreviviríamos en un mundo salvaje como el que describe Jack London.
Y di gracias por saber encender un fuego, saber cocinar cualquier cosa, tener capacidad de sacrificio y dos hijos jóvenes y fuertes.
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La Peste Escarlata es, al igual que muchos otros «Guadianas literarios» que , aparecen y desaparecen pero, siempre están ahí esperando ser rescatados según lo exija nuestro guión y dependiendo de las necesidades socioculturales del momento. Es curioso como se adaptan a nosotros a pesar de los tiempos.
La verdad es que yo sólo me acuerdo de santa Bárbara nada más que cuando truena, y es entonces, cuando también doy gracias a no se quién, por lo bien que se me da planchar un huevo y freír una corbata… (arreglado estoy)