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Madres de escritores

Por Marisol Oviaño

Durante mi arrogante adolescencia y juventud, le grité en más de una ocasión: ¡Jamás te dedicaré nada que escriba!

Creo que se tiene prohibido a sí misma pasarse por este blog para leerme.
Y yo prefiero que no me lea.
Hace tiempo me pidió que le diera de baja en las listas de correo de LaRevista .
Me dijo que leerme le hacía sufrir.
Y establecimos un perímetro de seguridad alrededor de la familia: ella dejaría de leer lo que yo escribo.

Un lector anónimo recrea con su imaginación la historia que lee en unas páginas, no conoce los infiernos previos a la creación. Cuando la madre de un escritor lee lo que su hijo ha escrito con las vísceras, se asoma al vértigo del millón de voces que lo habitan, reconoce situaciones y personajes, y tal vez el sufrimiento de su vástago haga eco en ella.

La mía ya carga con mis penas mundanas, no necesito que cargue también con las literarias. Me cuida, se preocupa por mí, es un alegre referente para sus nietos- que la consideran todopoderosa-, me abraza cuando vienen mal dadas, me escucha, me da su sabio consejo y me friega el suelo de la cocina cuando la invito a comer. Si algún día mis hijos se ven, como yo, solos y al frente de la nave, espero ser tan buena madre como ella, y dar tan buen ejemplo de lo que significan las palabras amor incondicional, que no es el amor que nunca te lleva la contraria, sino el que se te enfrenta cuando cree que con ello te salvará la vida.

Alguna vez he deseado haber nacido arquitecto o barrendero, para que pudiera pasear con sus amigas y enorgullecerse del trabajo de su hija.

Mañana se va a Tel-Aviv. Es viuda y adicta a los viajes.
Y hoy ha venido a casa por sorpresa, para despedirse y abrazarnos. Las razones por las que ella y yo nos hemos abrazado un millón de veces y hemos llorado, pertenecen al secreto sumarial de la vida literaria.

Cuando se ha marchado, me he dado cuenta- una vez más- de cuánto le debo, cuánto ha luchado y lucha por todos nosotros. Y me he prometido escribir algo luminoso, algo positivo que pueda leer sin sufrir, de lo que pueda presumir con las amigas. Algo que lleve una dedicatoria grande y en letras de imprenta: A mi madre.

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Es un síndrome que padece aquel que conoce o cree conocer al escritor, siempre analiza los textos en vez de simplemente leerlos y disfrutarlos. A veces esto puede ser una desventaja y otras, contrariamente, se disfruta creyendo ser parte del mismo.

Parece que yo he tenido muuucha suerte. A mi madre le encanta lo que escribo… Aunque no se lo muestro todo. A mi padre no. Le gustaría leerme, pero no soporta el género literario en el que yo me manejo (fantasía, capa y espada). Me gustaría escribir algo para él… Pero a mí tampoco me gusta el género que a él le agrada (policial)
Una lástima.

Seguro que a todos los escritores os ocurre esto en la etapa
inicial…después, eso se cura cuando os identificáis con
vuestros escritos/género , os dais cuenta que no podéis
complacer a todo lector, con lo cual, simplemente
escribís sin complejos …. Supongo que será algo así,
como la vida misma…

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