Miguel Pérez de Lema
Anoche se le han ido ocho miembros de la junta. El otro día, el ¡60%! de los socios le pidieron que se largara. Pero nada. Leo hoy en Sport el titular de portada que recoge su frase inmortal: «No soy la principal fuente de inestabilidad».
Como madridista he pasado unos días de mucho miedo, pensando que se nos iba este genio. Gracias a Dios parece que se queda, como mínimo, hasta septiembre. Laporta quédate.
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Por su posible interés me permito reproducirme. Copio aquí lo que publiqué en Proscritos Larevista en junio de 2007.
FÚTBOL > PERDURABLE FUENTE DE FELICIDAD
¿Hay vida inteligente en el Fútbol Club Barcelona?
por Miguel Pérez de Lema
Venían de ganar la liga y la Champions, tenían al Madrid herido de muerte, la afición los veneraba, sus estrellas iluminaban los campos de fantasía y sonrisas, y todos los niños del mundo querían tener su camiseta.
Iba a ser su segundo año triunfal, el año de los siete títulos, y nada podía fallar.
Laporta, el joven general victorioso, comandaría “el ejército desarmado de Catalunya”, bajo el favor de los dioses. Iba a ganarlo todo y todo iba a hacerlo en nombre del Barça, de Cataluña, de la nación, del idioma. Todo era parte de todo, y todo iba a resonar en una marcha gloriosa a golpe de títulos, mientras se gestaba la agitación de las masas y se apretaba el paso en el adoctrinamiento de los pobres niños de la cantera. ¿Por qué no pensar en una década gloriosa de títulos, humillaciones a Madrid –y al Madrid-, de identificación absoluta entre club que es más que un club, idioma obligatorio, nación soñada como destino en lo universal? Barça Vincit.
Lo que pasa es que los dioses son caprichosos. Juegan con los hombres, cediéndoles su favor, sólo por ver cómo lo emplean y después se divierten dejándoles a su suerte. El joven general comenzó a perder batallas nada más empezar la temporada, pero sus planes eran firmes, ya ganaremos, quedan más títulos –y volvía a esfumarse otra competición-. No os preocupéis, nos llevaremos la Champions, confiad en mí, tengo una visión. Y se iba la Champions. Hemos perdido una batalla importante, hay que reconocerlo, pero hemos aplastado a esos pobres desgraciados del Getafe y vamos, sin duda, a por la copa. Y el Getafe les hizo el roto del siglo. No desfallezcáis –creer, obedecer, combatir- la liga está ganada. Y el Madrid los remató con la crueldad infinita de dejarles acariciar el título hasta el último suspiro.
Dicen que el joven general seguía a última hora en su bunker, con la mirada perdida, invocando la inminente llegada de varias divisiones que darían la vuelta a la guerra. Pero nada, chico, ni todos los Turienzos de turno han podido salvarte el culo.
Lo peor de todo es que del proyecto global, sólo se ha avanzado en lo más siniestro y lo más ridículo. Esta temporada ha pasado de ser la de los siete títulos a ser el año en que un loco obligó a ¡los infantiles! a quedarse en el vestuario para que sus tiernos oídos no escucharan el chunda chunda del himno español, el año en que dejaron a Messi meter un gol decisivo con la mano y ni por esas, el año en que la gente se volvió loca de alegría por ¡empatar en casa! con el Madrid, el año en que los cracs se convirtieron en holgazanes sospechosos y envidiosillos, el año en que Oleguer –el peor jugador de primera división- se convirtió en símbolo del equipo con los mejores jugadores del mundo.
El año en que Laporta siguió de presidente.
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Desvelamos en exclusiva la reserva de superjugadores lingüísticamente normalizados que el genio tiene en la recámara para su último proyecto.
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