Por Adrián Herreros
En todas las comunidades de vecinos existe ese tipo que está pendiente de denunciar al vecino que ha hecho una chapucilla sin permiso del ayuntamiento, o a la que ha puesto un toldo de un color un pelín diferente al de los demás. Ese Gran Hermano que se cree en la obligación de salvarnos a todos los demás de nosotros mismos, que esgrime normas y acuerdos como un juez en un tribunal por crímenes de guerra. Ese tipo al que nunca hemos visto disfrutar de la piscina- no disfruta con nada, su vida es una mierda-, pero que es el primero en vigilar que las normas se cumplan.
El nuestro estaba que se subía por las paredes porque, después de que se marchara el socorrista, éramos unos cuantos los que nos quedábamos, poniendo nuestras vidas en peligro con una temeridad que ilustraba a todas las luces nuestra falta de madurez.
La otra noche, unos chavales hicieron un botellón en la piscina. Y el miedo ha cundido entre los amantes del orden, la ley y las buenas costumbres como si una célula de Al-Qaeda hubiera secuestrado varios pisos con sus habitantes dentro. Para más INRI, parece ser que los juerguistas no eran de la urbanización. Sólo saben que fueron unos “jóvenes” a los que nadie conocía. Para algunos de nuestros vecinos, joven es sinónimo de delincuente. A nuestro tipo no le ha costado mucho convencerles de que necesitamos protección. Y para protegernos de esas alimañas que ni siquiera viven aquí, han puesto un guarda jurado que echa a todos los residentes de la piscina en cuanto se va el socorrista.
Nuestro tipo bajó los primeros días a observar con cara de satisfacción como todos los irresponsables éramos desalojados a la hora prevista. Yo soy un inquilino, no tengo ni voz ni voto en las decisiones de la comunidad. Pero una de las propietarias tuvo la ocurrencia de intentar razonar con él.
– Esto es una estupidez. El vigilante, que nos cuesta una pasta, debería estar para impedir que gente ajena a la urbanización se monte fiestas aquí a las tantas de la madrugada, no para echar a todos los residentes a las ocho de la tarde. Es como si nos hubiéramos castigado a nosotros mismos por lo que nos han hecho otros.
– Estar seguro exige ciertos sacrificios, querida vecina. Todo sea por la seguridad.