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Marea roja, chapapote negro

Pedro Lluch

− La marea roja se desborda. Señor Lluch, ¿podría Usted comentar este feliz fenómeno sociológico?
− Desde la orilla donde estoy puede uno verla (oírla, leerla, volverla a ver, volver a oírla sin cesar desde hace unos días por doquier) ir y venir como una ola que crece, que se eleva, se acerca, un tsumani de banderas rojigualdas y camisetas rojas, un remolino incesante de comentarios, de felicitaciones, de voces roncas y gargantas enrojecidas que se han consumido en el puro griterío de celebraciones en las plazas de ciudades, pueblos y barrios, borracheras de tintorro y calimochos (granates, rubíes), banderas que ondean en las antenas de los camiones (rojos también, ¡todo es rojo en estos días!) de cervezas Damm, banderas que los mozos de almacén se han puesto a modo de delantal, marea de pasquines que una y otra vez desde las paredes claman que podemos, podemos, podemos ohée-ohé-ohé-ohéeee. Euforia es tal vez una palabra de etimología demasiado culta para recoger lo que está pasando.
Tras años de desilusiones, tras décadas de frustración, la victoria frente a Alemania, precedida de las otras victorias (a cual más linda, todas merecidas) y, sobre todo, el buen juego general de la selección española han abierto la espita a un sentimiento arrasador de pertenencia a España, un subidón de la consciencia nacional en todas las regiones del país y en todas las clases sociales y categorías profesionales y que cubre todo el espectro político (en sus dos ejes: izquierda-derecha y españolismo-nacionalismos periféricos). Jamás se había visto algo así. Incluso aquí, en Cataluña, a pesar de ser menor el entusiasmo, éste está desbordado: en las mesas del bocata de la fábrica, en los talleres, en los despachos, en las gasolineras… (Por cierto: han tenido gran éxito los artículos de César de las Heras y de Pérez de Lema que imprimí y distribuí: han acabado expuestos en el tablón de anuncios sindicales del comedor de la fábrica). En estos días, esta marea roja es el ineludible asunto en torno al que se está gastando toda la saliva y la tinta y los bitios. Y esta alegría es contagiosa. Y se contagia, y se disfruta. La estamos disfrutando todos.
− Bien, muchas gracias, moltes gràcies, como dicen ustedes. Hechas estas consideraciones, cedo la palabra al abogado del diablo que lleva Usted dentro. Senyor Lluch, sáquese la alpargata de la boca para que le entiendan estos señores y dénos su (otra) opinión, por favor.
−Desde esta mi orilla periférica, viendo este fervor, esta energía, este desbordamiento de un nacionalismo español que había estado latente y no se expresaba, por razones históricas (un millón de muertos, 36 años de forzoso ensalzamiento y una Transición que impuso –con acierto− discreción y mesura), recorre mi sensibilidad un escalofrío en forma de versos de memoria infausta. Viendo la pujanza, la erección de sangres y símbolos y menciones al espíritu patrio que se está dando (y no sólo en un medio marginal como es el nuestro, sino también en la mayoría de los medios de comunicación de masas del país), se me revuelven en las venas versos que anuncian “…banderas victoriosas / al paso alegre de la paz / … / Volverá a reír la primavera, / que por cielo, tierra y mar se espera. // Arriba escuadras a vencer / que en España empieza a amanecer”. Y es que aquí (en mi aquí, en mi periferia) ya sabemos cómo es la victoria de esas banderas, y lo mucho que duele y cómo es el paso alegre de la paz de los que vencen, y no quisiéramos que un amanecer lleve al ocaso de las “tribus conquistadas” (sobre todo si uno siente la pertenencia a una de ellas; veo con tristeza que no hay empacho en pavonearse del derecho de conquista y me duele el regodeo y la pernada de una España sobre otra), tampoco deseo que esta hinchazón del ego español lleve a un silencio (o peor: a un silenciamiento) de los “dialectos residuales” (¿es residual el idioma con que puedo cantar a mi patria? Para mí desde luego que no, en absoluto).
− Pero está Usted mezclando fútbol y política, Sr Lluch. Todo esto es fútbol, no más que fútbol, un juego, un deporte. Un ocio sin más. Anodino. Sin connotaciones políticas.
−Bueno, bueno, no lo tengo tan claro; ya se verá, tiempo al tiempo. Fútbol son los noventa minutos (más prórrogas y penalties si los hubiere) de 22 tipos corriendo detrás de un balón. Lo que ocurre fuera del campo, eso es otra cosa. Y habiendo leído y visto lo que he leído y visto, tengo miedo. En cualquier caso espero y deseo que la marea roja, un día, no se nos convierta en chapapote y pringue a todos.
−Vamos a ver, Sr Lluch: por un lado se ufana Usted de las celebraciones y se une a la marea roja; por el otro teme Usted que la marea roja se torne chapapote. ¿De verdad suscribe Usted ambos discursos?
− Completament. Es lo que pasa cuando uno se siente de dos nacionalidades que no tienen por qué ser incompatibles. Soy de la opinión que la riqueza de España está en su diversidad; cubrir esta diversidad bajo una sola bandera, asfixiando a las que quedan debajo, empobrecerá al país en su conjunto.
−Moltes gràcies, Senyor Lluch. Tenga Usted un paraguas, lo va a necesitar: le van a caer chuzos.
−Gracias a Usted por dejarme hablar. En relación al chaparrón que me caerá encima, no se preocupe: ya estoy acostumbrado.

0 respuestas a «Marea roja, chapapote negro»

Empezáis ya a estar un poco coñazo todos con el tema de la Eurocopa.

La democracia es la victoria de la mayoría. La minoría fue la que hinchó el pecho para apostar por selecciones que no representaban a nadie. La minoría habló entonces, jodiendo a sabiendas a la mayoría, y la mayoría habla ahora, jodiendo a la minoría a sabiendas.

La competición consiste en aplastar al rival- por muy deportivo que resulte- y fanfarronear cuando ganas.

No deberías acordarte de Franco sólo porque los chavales crean que tienen el rabo más grande desde el domingo pasado. ¿O estabas hablando de la Reconquista de los Reyes Católicos?

Miedo Sr. LLuch, a esto le llamo miedo, el que ha recorrido mi cuerpo al leer estos versos que en estas épocas de vencedores me obligaron a cantar. Pero convendrá conmigo que tiene guasa lo de la España roja.

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