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General Lecciones de la vida

Fauna de piscina, 3

Por Adrián Herreros
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En mi piscina no hay mujeres boya de las que apunta MPL en su comentario a mi anterior artículo. Lo más parecido son unas vecinas ecuatorianas muy gordas, apenas saben nadar y se meten en el agua a refrescarse y seguir charlando sin separarse demasiado del bordillo. Como las españolas de hace treinta o cuarenta años.

La gran mayoría de las madres están trabajando cuando sus hijos bajan a la piscina, esa improvisada guardería en la que el socorrista no es una cuestión baladí.

Las madres jóvenes con niños pequeños prefieren socorristas dulces que no se separen un momento de la piscinita infantil. Quienes tienen hijos en edad de bajar solos- mayores de doce años- prefieren socorristas que se enrollen con los chavales al tiempo que imparten un poco de disciplina.

El de este verano es un tío soso que está todo el día leyendo a la sombra, no se relaciona con nadie y tampoco impone su autoridad. A mí me gustaba mucho más el del año pasado. Era un jovencito enrollado que desde el primer día dejó claro quién mandaba en la piscina. Fascinaba a los chavales con los relatos de las peleas que tenían él y sus amigos en las discotecas de la zona, los chicos le respetaban- era subcampeón de España en no sé que extraña disciplina de lucha oriental y todos tuvieron oportunidad de probar las tremendas hostias que atizaba-, los padres celebraban que se hubiera hecho respetar entre ellos, las niñas revoloteaban a su alrededor y sus madres le sonreían. Había que ver cómo se duchaba, como se frotaba la cabeza, cómo se pasaba las manos por sus soberbios pectorales, cómo se secaba después el bañador con la toalla, consciente de que las miradas de todas las hembras de la piscina estaban puestas en él.

Aunque hubo momentos en los que llegué a odiarle por pura envidia cochina, admito que yo también le echo de menos. El nuevo no convoca tanta presencia femenina.

0 respuestas a «Fauna de piscina, 3»

Eso son las boyas (la nacionalidad cambia, el estereotipo no)

Y ese gran clásico, el socorrista macarra. El de mi barrio era culturista, en la época en que nadie sabía qué era eso. Un puto marciano, dando vueltas a la cadena del silbato alrededor del dedo índice. Y con bigotillo.

Habla otro día del corte entra la mañana y la tarde. Ese público como un poco sibarita que sólo baja a la piscina a ultima hora de la tarde. El atleta solitario que nada cien largos. La chica tímida de firmísimos pechos. (Podríamos hacer un cuento con estos dos).

O te sugiero el tipo de esa vieja jubilada alemana que, con rigor prusiano, a las 19:50 muy en puntísimo, baja con su toalla (que deja plegada –perfectamente en cuatro– ocupando una esquina del banco que ella siempre ocupa), con su gorro, sus pies de pato y sus gafas dotadas de cierra-napias, y se introduce en la piscina sin decir nada a nadie y recorre la piscinas arriba y abajo, por el mismo carril y sin desviarse de una derrota que parece trazada con tiralíneas, sin respiro y sin descanso, con marcilaidad claramente teutona (brazada uniforme, giro de cabeza para tomar aire como ritmado por un diapasón) hasta las 20:15 exactamente, momento en que emerge (y desde el balcón, viéndola, uno se pregunta: ¿de qué mecanismo tempométrico está dotado su cerebro, que no pasa (¡nunca!) un minuto de la hora exacta (20:15) en que acaban cada día sus brazadas?), se saca el gorro, despliega la toalla con que ha bajado y desaparece escaleras arriba hasta mañana a las 19:50 (muy en puntísimo) en que volverá a bajar y a repetir (del 15 de mayo hasta el 15 de octubre y sin fiestas de guardar) el rito de su piscina estival. (Existe variante matutina (muy matutina) que denota, más que prusiana disciplina, apego a las querencias del austríaco von Sacher-Masoch).

Es un honor y una gran alegría ver que mi prosa piscinera resulta evocadora e inspiradora.
Seguiré escribiendo sobre la fauna piscinil y espero que ustedes sigan completando este zoológico veraniego al que ninguno somos ajenos. Muchas gracias.

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