por Tauro Discreto
Fotografía en contexto original: justiciadivina
Nunca he olvidado sus besos. Ni su experta boca.
Lo hacíamos a todas horas.
Había llegado a mí con un bagaje sexual poco frecuente entre las mujeres de mi círculo social. Los dos éramos jóvenes y experimentados. Fue mi tercera novia y una de las mejores amantes que he tenido nunca. La primera mujer que conocí capaz de saborear el sexo como lo que debería ser: un regalo que se puede disfrutar en muchas circunstancias, en distintos lugares y de variadísimas maneras sin sufrir remordimientos de conciencia, ni buscarle tres pies al gato.
Nos perdimos la pista hace veinte años
Pero mi deseo por ella no ha disminuido un ápice. Al contrario. Es mi fantasía recurrente, la mujer que más veces aparece en esos sueños de los que me despierto moviendo las caderas a la nada, de espaldas a mi legítima esposa.
Una noche, buscando ideas para algún artículo, acabé tecleando su nombre en google y la encontré, le escribí, me contestó, la añadí a mi Messenger.
La primera semana estuve enganchado a hablar con ella hasta las tantas de la noche. Supe entonces que yo había sido el único enamorado de la pareja que formamos durante un año, y que ella me guardaba en su corazón un sitio reservado más a los buenos amantes que a los grandes amores.
Y decidí estar una temporada sin conectarme porque empezaba a tener miedo de mí mismo. Aunque no aguantaba más de veinte días sin saber nada de ella, libre y dispuesta a cualquier diversión. Si me permitía fantasear con la posibilidad de un reencuentro, a la noche tenía pesadillas en las que sus más celosos amantes me perseguían dispuestos a impedir por todos los medios que volviéramos a vernos.
Los sueños son, a todas luces, una advertencia de mi instinto de supervivencia: esa mujer es peligrosa para mí.
Y sin embargo, qué deseable, qué excitante es el peligro.
Hace que te sientas vivo.