por Servidora
Fotografía en contexto original: infobae
A mí el fútbol ni me va ni me viene, excepto porque mis hijos juegan y son madridistas. El Real Madrid les da alegrías, les envía una revista mensual, les felicita el cumpleaños y les hace descuento en la carísima equipación que la abuela suele regalarles como premio por buenas notas o por Reyes.
Hoy jugaba España contra Italia en los cuartos de final de la Eurocopa. Mi hijo se había ido a ver el partido a una casa en la que todos son hombres y, cuando yo iba camino del ordenador, he visto a mi hija en el sofá, solita frente a las dos selecciones. He decidido matar dos pájaros de un tiro (el de buena madre y el de patriota), he hecho unos bocatas y me he abierto una cerveza para seguir las andanzas de nuestro equipo. Hacía mucho calor, he ido a mi cuarto a buscar un abanico para cada una y ella ha tenido una idea genial: ¿por qué no hacen la tele con aire acondicionado?
El partido ha sido divertido y emocionante y nosotras nos abanicábamos mucho más fuerte cuando nuestros chicos chutaban a puerta. Nos reíamos de lo que decían los comentaristas- hombres todos ellos-, que se apoyaban en su fe como si alguna vez antes les hubiera dado resultados, y jaleábamos al equipo como si nos fuera la vida en ello.
Hemos ganado en los penaltis y la gente se ha echado a la calle a cantar, a tocar el claxon y a gritar el nombre de España como si fuera su hija recién nacida.
Mientras escribo esto, suenan los pitos de los coches, los cánticos y los cohetes.
Me pregunto en cuántas camas se celebrará esta noche la gran victoria.