Cleo y Leila salían siempre juntas a cazar. La compenetración que había entre ambas, la eficacia de sus ataques y la sangre fría con que los planeaban eran famosas en la sabana.
Aquel día, Cleo, agazapada entre las altas hierbas de la sabana, sintió lástima de la gacela que no tardaría mucho en morir bajo sus fauces. Leila reconoció el olor de aquel pensamiento, no era la primera vez que Cleo sentía compasión.
– Piensa en tus hijos- dijo.
Cinco minutos después, todos los cachorros se daban un festín.