Por Adrián Herreros
Fotografía en contexto original: noticiasdealava
El jueves pasado fui a acompañar a mi amiga Marcela a sellar un contrato.
La pobre llevaba muchos años como autónoma dando clases de pintura, pero el dinero que gasta en arte la clase media es lo primero que se corta en tiempos de crisis. No le ha quedado más remedio que aceptar trabajo de profesora en un colegio de verano, y puede considerarse una privilegiada. Pero nunca se ha llevado bien con el papeleo y a mí siempre me ha gustado darme una vueltecita por los lugares oficiales, para tomarle el pulso al país. Tonterías con las que se entretiene uno, nada más.
Hacía muchos años que no ponía los pies en una oficina del INEM de una zona fértil en mano de obra poco cualificada, y esta mañana he estado a punto de no hacerlo: la cola que había para entrar daba la vuelta al edificio. Abrían a las nueve y a las nueve y cuarto ya no daban números para apuntarse al paro. Los afortunados que lo habían conseguido estaban allí desde ¡las seis de la mañana!
Después de un cuarto de hora o veinte minutos de espera, hemos accedido al edificio, en el que se hacinaban hombres y mujeres de casi todas las razas y colores. El guarda de seguridad, un hombre amable al que todo el mundo le pregunta, ha indicado a mi amiga que sacara su número. En el acto su número ha saltado al tablero luminoso: éramos los únicos de aquella muchedumbre que no teníamos que esperar, los únicos con un contrato nuevo. Esa certeza me ha producido un escalofrío.
Si no hay suficientes funcionarios para atender a los parados ¿cuál es la solución?¿Convocar más oposiciones a costa de poner más impuestos a los que todavía trabajan?
¿Alguien ha visto alguna vez a un político en la cola del paro?