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A9, Autopista Literaria: Salses (y 2)

por Pedro Lluch
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Si en un post anterior comentaba que a menudo salgo de la autopista A9 para ir a … ¿orar? ¿rezar? ¿meditar? ¿consultar? ¿preguntar?, en fin, no sé: a menudo me detengo antes de llegar a la frontera, en Cotlliure, frente a la tumba de Machado y “me paro a contemplar mi’stado / y los pasos por dó me han traído“, hoy en cambio daré cuenta de una parada que no he podido hacer jamás, aunque sean numerosas las ocasiones que he tenido para hacerla.

Jamás me he detenido en Salses. Y eso a pesar de que incluso existe en la misma autopista una área de descanso junto al castillo que en Salses levantaron los castellanos para defender de Francia el llano rosellonés allá por el año 1500. Pero no he de hablar de viejas y decrépitas fronteras o litigios: no quiero se me asusten los lectores carpetovetónicos que pudieran darse (que haberlos haylos).

En Salses residía la mitad del año Claude Simon, escritor francés que, como una estampita en el salpicadero de aquellos taxis de los setenta, me guía. Allá tenía sus viñedos. Como Faulkner (landowner) y algunos otros escritores que admiro (Martí i Pol, obrero raso, Juan Benet, ingeniero de minas), Simon tenía un oficio y una ocupación no literaria además de la de escritor: era viticultor y terrateniente, cuidaba de su propiedad, la hacía prosperar y sabía bien a quien vendía o dejaba de vender el fruto de las tierras que poseía. Me lo imagino encargando al vecino que se pasara un día con su retroexcavadora a retocar un margen, o le veo acudiendo al ayuntamiento a rellenar los legajos de una concentración parcelaria. Me lo imagino estando al día de la cotidianeidad de su pueblo, sabiendo quién gana las elecciones municipales y qué empresa se ha llevado el contrato de recogida de basuras en la mancomunidad de municipios a la que pertenece Salses.

Este enraizamiento con la tierra me tranquiliza. Me conmueve. Me motiva.
El resto del año (supongo que tras las vendimias y hasta la llegada del buen tiempo, no sé exactamente) lo pasaba en su piso de la plaza Monge en París.

Existe una foto de Claude Simon tomada poco tiempo después de que le dieran el Premio Nobel. Se le ve en el pretil del castillo de Salses. En ella se ve al escritor en su atuendo que supongo habitual en su condición de terrateniente ilustrado, calzado con botas de caña corta en piel girada, un jersey de lana y cuello en pico, pantalones claros y calcetines de lana (uno de los calcetines se lo ha puesto vuelto, pues se aprecia que el canalé del tejido está del revés). El cuello desabrochado de la camisa y los puños del jersey, vueltos sin concierto, uno más largo y otro corto; todo contribuye a ofrecer un aspecto informal, descuidado, cómodo, que me seduce mucho, y que curiosamente, contrasta con la exagerada precisión de su obra literaria. A su espalda se aprecian las torres y paños de muralla del castillo. (La fotografía es de Jean Guichard, de la agencia Gamma, y yo la tengo en un recorte necrológico de Le Figaro del 11 de Julio del 2005).
Nunca he osado apartarme del camino para visitar Salses y recorrer sus calles. No sé por qué.
Esta próxima semana que he de pasar en París quizás me escape hasta la plaza Monge, en el Vème arrondissement, y visitaré el jardín botánico que está aledaño. Quizás. O me quedaré en Versailles saboreando la prosa de Saint-Simon, regodeándome en el relato rosa (rosa ácido) de sus días esplendorosos en el Château del Rey Sol. También cargaré en la maleta Le jardin des plantes. ¿Quién sabe? Tal vez recorriéndolo con el libro en las manos y su prosa en la cabeza pueda un día vencer mi timidez y pueda salirme de la autopista A9 y pueda visitar Salses para saciar un fetichismo de escritor novel que, por ahora, se conforma con calzar botines de piel girada.

Post-Scriptum: Pude estar un rato en la place Monge de París. Me tomé un par de cervezas Leffe Blonde pensando en una morena. Ocho con cincuenta euros. Sentado en el café del número 3. Encima residía Simon. El camarero del bar me confirma que su viuda, Rhéa Simon, aún es vecina. A un lado el cuartel de la Guardia Republicana, y la plaza cuadrada enfrente, con sus árboles, su fuente. Y después, cuando bajo hacia el Sena a buscar el metro en Austerlitz, paso por las verjas del Jardin des Plantes

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