A menudo tengo ocasión, de retorno a casa bajando de Burdeos o de Lyon por la A9 (autopista que los franceses llaman La catalane), de apartarme de la ruta principal y acercarme a las pequeñas poblaciones costeras de la Côte Vermeille, en la Cataluña Norte. Tengo predilección por un restaurante cuco y recoleto de Cotlliure donde hacen unas crêpes de aúpa y que son un viático excelente cuando el mediodía me alcanza cerca de la frontera.
Pero a Cotlliure voy porque en su cementerio, junto a la carretera hacia el centro, a mano izquierda, está la tumba de Machado, de don Antonio. Reposa junto a su madre desde un frío noviembre de 1939. Existe una foto del séquito que, desde la pensión donde se alojaba y donde murió, llevó el féretro en andas por la rambla del pueblo entre plátanos: blanco y negro de frío, de derrota y de exilio, de gabanes y de gorras del gentío serio. Es un sitio, éste, adecuado para que uno se pare a reflexionar sobre el país y el quehacer de quienes pretendemos escribir. La acidez de su Juan de Mairena o la sabiduría escanciada en tantos de sus versos puede aún, a muchos, sernos guía.
Y le cuento a don Antonio mis pesadumbres, le susurro versos nuevos, y él, desde su piedra calla. Españolito que vienes al mundo…