Por Pedro Lluch
Los ochenta son los años finales de mi escolaridad. Veranos con los amigos en la Costa Brava y amores que perdían versos en los patios del liceo. Son recuerdos de fiestas y noches inacabables en terrazas sobre la ciudad donde escuchábamos a REM y al Último de la Fila. Era miedo ante exámenes finales, Baccalauréat y Selectividad, una botella de vodka bebida en un seiscientos, unas bragas blancas en una foto de grupo, fiestas en las fuentes a las afueras de un pueblo donde todos nos mezclábamos. Fueron también años de huelgas estudiantiles.
Y el uniforme azul del Ejército del Aire, y días de aburrimiento, lo más cerca que he estado de la alienación que describía Marx: en un ejército extranjero, en tierra forastera, cantando himnos que no iban conmigo y que me costaron un fin de semana de reclusión (Este himno, mi capitán, con el debido respeto, es un himno fascista, y me niego a cantarlo), siguió una jura de bandera en la que la mayoría de la tropa (éramos sobre todo catalanes y vascos) en vez de besar la bandera que nos ofrecían, la empujábamos de un manotazo y girábamos la cabeza para no ver la cara roja y encolerizada de los mandos en la tribuna de oficiales que, por no romper ni el protocolo ni la coreografía, no se atrevió a intervenir. Y así siguieron muchas horas de limpiaplatos en el comedor de suboficiales del Ala 15. Todo un año. Aprendiendo el escaqueo, a liar porros y a vaciar litronas en un cuarto de calderas. También recuerdo guardias en los polvorines con el frío cierzo de Zaragoza y otras noches durmiendo las guardias rodeados de los F-18 recién estrenados (aquel año recogimos tres, que por una razón u otra se estrellaron: recogíamos los pedacitos y los exponiamos en los hangares del Taller de Propulsión para que los peritos de la McDonnell-Douglas determinaran las razones del accidente).
De aquellos meses sólo queda un amigo a quien de tanto en tanto llamo, y quedamos, bebemos un par de whiskies, rememoramos hazañas bélicas, nos ponemos tontos y reímos juntos.
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0 respuestas a «diario de ausencias: mi mili en los ochenta»
en un ejército extranjero… O sea, que si mi editorial te publicara algo, te publicaría una editorial extranjera en un idioma extranjero. Y yo soy tu editora y amiga extranjera, supongo. Y cuando pasas por mi casa tomas notas de esta cultura extranjera tan peculiar.
Lo siento Pedro, no consigo tomarme en serio el nacionalismo ni los mapas ni las banderas. Ni siquiera a los Estados. Hoy estuve mirando las estadísticas del blog, nos lee gente en Camboya, Finlandia, Canadá… Aquí no existe el extranjero.
Si hubieras hecho la mili en Cataluña, hablando en catalán, para el Ejército catalán ¿la habrías hecho con ardor guerrero? Salvando lo de que estabas en un ejército extranjero, tus recuerdos de alienación son los mismos que los de mis amigos madrileños, cántabros, gallegos o andaluces: la bandera no les consolaba nada de aquel año de mierda.
Para mí, por mucho que tú te empeñes, nunca serás un escritor extranjero.
Por mucho que algunos pretendan, todos somos terrícolas y no marcianos…
Amigo Pedro
hace tiempo que este monotema está agotado. Empieza a ser obsesivo.
«La selva es oscura, pero está llena de diamantes»
Arthur Miller, en La muerte de un viajante.
Qué lejos quedan los días de tu mili, querido Pedro…
Fuera en el extranjero o aquí al lado, recuerdo tus cartas, llenas de un sentimiento que nos hacía llorar…
Fueron grandes tiempos, los ochenta, sí 🙂
Un bisou
Querido Pedro
Yo no hice la mili ni pude salir al extranjero.
Como te envidio.