Editorial: Destino
Autor: Efraim Medina Reyes
por el hombre tranquilo
Se podría empezar hablando de la innovación de su discurso. De la voluntad rupturista de la estructura. Del nihilismo que parece morder a la actual narrativa colombiana. De que el autor quiere llevar a la literatura una actitud de rebelde estrella pop. De que sus personajes tienen una autenticidad a la que últimamente no estamos muy acostumbrados. De que el sentido del humor viaja parejo a un cinismo descarnado. Que Coupland. Que la maquetación. Que Ciorán. Y bla, bla, bla. Pero lo mejor para definir esta novela es dejar que se presente ella misma:
´La sexualidad del hombre es plana, le basta frotarse un poco. El sexo de la mujer es un laberinto y ella está perdida adentro. Ella mete su sexo en la mente del hombre para reflejarse allí, pero el hombre enloquece o huye. Si el hombre trata de encontrar a la mujer en el laberinto será presa fácil del minotauro […] Ana y Juan vivieron juntos 6 años, hicieron el amor 1467 veces. Ella soltó 4344 quejidos, un numero considerable de jadeos y alrededor de 2500 pedos pero jamás tuvo un orgasmo`.
Este párrafo delata lo que vamos a encontrarnos a lo largo de la obra; una novela donde su autor no escatima medios narrativos para provocar en el lector emociones enfrentadas: euforia, miedo, desconfianza, angustia, desencanto. Efraim Medina llega a los ruedos españoles dispuesto a dejar clara su voluntad transgresora. Y lo logra. Para ello desmonta el engranaje clásico del género (principio-nudo-desenlace) a través de una sucesión de capítulos, novelas e informes que sólo en su conjunto encuentran el sentido; una estructura aparentemente abierta que, aunque huele a Rayuela, el escritor se ha encargado de no vincular a Cortázar. Y todo ello sin olvidar el manejo de la frase lapidaria: una herramienta de trabajo a medio camino entre la literatura y la publicidad.
La narración pierde fuelle en algunos momentos y también el ritmo interno decae en varias ocasiones cuando el juego filosófico sobre el hombre y la mujer no supera el simple relleno. Igualmente, el punto metaliterario de la trama se rodea de un malditismo a veces forzado que chirría y resulta evidente.
Sea como sea, Efraim cuenta con un discurso personal y venenoso. Si desde hace varios años se habla de la llegada de un nuevo ´boom` (que, por cierto, no acaba de llegar nunca, y un claro ejemplo lo tenemos en el Crack), Medina Reyes se encontraría en esa línea de salida. Destrozar los engranajes, coquetear con la puntuación, jugar al lirismo, unir desmadre beat y desencanto Ciorán… He aquí algunas claves estéticas de esta novela-acelerador de partículas; claves que no servirían de nada si carecieran de rabia y de rebeldía literaria. Porque esa es la manera con que Efraim Medina se enfrenta a la palabra. Con rabia. Con mucha, mucha rabia.
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Esta obra de Medina no es más que un intento de escribir. Es un intento fállido de escribir un libro diferente y encontrar un estilo diferente a lo que se ha venido haciendo en la literatura colombiana, donde parece que la luz de Garcia Marquez no dejará brillar a los mediocres. Al igual que su Erase una vez el amor y tuve que matarlo, en esta obra hay varias cosas y a la vez nada. Varias cosa en el sentido de encontrar aforismos que nos jode y nada, cuando la busqueda se centra en la eficacia literaria. Sin embargo, en su obra, La sexualida de la Pantera Rosa, se puede notar un progreso sorprendente.