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General Lecciones de la vida

día de gripe en casa

Por Pedro Lluch
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El día transcurre lento. Muy lento. Lo lleno con música que se repite. Lo lleno con visitas a la nevera, bebo zumos. Miro la sierra frente a la ventana: los pinares que hace sólo dos días salí a recorrer.

Me tiro en la cama. El sol me acaricia. En la terraza suena un móvil hecho de cañas de bambú que el viento mece. Confiere una banda sonora zen al paso del tiempo que se arrastra. Me adormezco. Suena el teléfono, no contesto. Otro rato de duermevela espeso, la congestión me impide el descanso. Las lumbares crujen, las rodillas… la gripe se ceba en mí. Febril, me paseo de un cuarto al otro mirando las estanterías con sus libros con mirada de analfabeto. Cansancio. El periódico es inacabable y no lo acabo. Me siento a contestar correos y lo intento durante un rato, pero no logro concentrarme. Los labios secos, las yemas de los dedos como papel viejo.

Lleno la bañera.

Y en ella me sumerjo. Agua caliente, moquera constante. Silencio apenas turbado por un gorjeo del desagüadero. Cierro los ojos. Los abro. La blancura, la espuma, el calor que me envuelve. Las lumbares han dejado de dolerme.

Mi cuerpo extendido delante de mí. El pecho que no veo, las colinas de espuma, las piernas, los pies. El color rojo de un pote de jabón.

Cierro los ojos y me dejo resbalar. Hundo la cabeza. Silencio. Pálpito. Por la boca respiro, noto entrar y salir el aire. Me siento dolorido. Pero también vivo. Jodido, también jodido.

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