Por César de las Heras
Son pocas las horas desde el centro, alguna más si recorres paisajes y carreteras secundarias, muchas más si vas solo, un zapateado si la compañía tiene el pelo negro.
Para La Nucia se hicieron las calles empinadas, se buscó un terreno inclinado con la esperanza de que los naranjos crecieran verticales, se empinó la tierra para indicar a la mar su territorio. Esta zona del mundo tiene puntos suspensivos creados por naranjas, una temperatura que recoge los cuerpos y los mece lentamente. Se camina a la misma velocidad que en otros sitios, sin embargo aquí todo parece despacioso, leve, soleado. La proliferación de ladrillos ha puesto el nudo en la garganta a este paraje agreste, que hacia el este alguna vez tuvo la impresión de ser paradisiaco. Ahora las casas mandan, y la belleza llega suspendida en olas cada quince segundos, y el sol procura difuminar las sombras de los lienzos de barro, y el clima, y la gente, acarician los sentidos del transeúnte de otras tierras, espolvoreando sonrisas, alentando a la charla inteligente una vez depositado en el olvido el hambre.
Me han quedado recuerdos sin pátinas; cuando miro atrás me parece que todo brilla, y pienso en aquella naranja que rocé con mis dedos y a la que no quise importunar, o en las calles de Altea, o en un perro inmenso, o me veo en el agua, cegado por el sol, que celoso viene a reflejarse tras de mi.
En esta gente aún permanecen los rasgos occidentales y, adoptada la verticalidad, se sujetan con ambos pies; curiosamente, para caminar, utilizan izquierdo y derecho indistintamente. Algunos, los locales, hablan un idioma común, algo similar a otras tierras, y con el cual se entienden, porque asienten e incluso llegan a sonreír. Saben utilizar los alimentos, de hecho comen muy al gusto y cuando pueden miran a lo lejos, otean.
Mi experiencia se limita a cuarenta y tres horas, pero he sabido escuchar, parecen contentos con el suelo que pisan. Al anochecer anochece y se forma una brisa un punto inquietante; manda la humedad y en las casas, no sé si en todas, se cena y después se baila con escaso acierto, pero eso sí, con gran interés, casi con la importancia que damos los que no sabemos al saber.
Un paseo más, un cocido entre naranjos mirando al mar, charla de ida y vuelta, un brindis mirándose a los ojos.
Apartamento en cuesta, numero olvidado, La Nucia.
0 respuestas a «CUADERNOS DE INQUIETO NUEVE»
El perro inmenso se llama Lucas y es muy buena persona. Tampoco bailamos tan mal y más cuando surgen las cosas improvisadas y sin pensar.