Por hijadecristalero
Hace veinte años mantuvieron una relación apasionada y devastadora.
Amor loco, toneladas de flores, celos, gritos, dinero, obras de arte, borracheras, agregados culturales de embajadas árabes que en ramadán no tomaban whisky antes de la caída del sol, persecuciones en coche, morro… Le echaban mucho morro para ganar pasta.
Era imposible no comprarles nada: él era guapo- la foto no le hace justicia-, listo, fenicio y necesitaba muletas para andar, y ella… la imagen la describe mejor de lo que yo lo haría. La gente les abría la puerta de sus casas. Las mujeres por unas razones, los hombres por otras. Como si hubieran comprado un pasaporte al paraíso, todos parecían muy felices cuando soltaban dinero por la mercancía que ellos habían ido a vender.
Eran jóvenes y creían que siempre lo serían, eran los Bonnie and Clyde del mundillo del pequeño traficante de arte, y vivían a lo grande.
Recuerdo haberme encontrado con ellos un día que salían de una embajada árabe a todo correr. Tenían mucha prisa por llegar al coche. No se les había ocurrido ir con un maletín y, como dos inexpertos delincuentes de guante blanco, se habían presentado allí a cobrar con las manos en los bolsillos. Los billetes asomaban por todas partes, iban tan cargados de dinero que apenas podían caminar, les ayudé a recoger lo que se les caía, me dieron las gracias y desaparecieron a toda velocidad en su Ford Fiesta. Más tarde descubrí dos billetes de mil en mi bolsillo.
Él acabó metiéndose en operaciones de más envergadura y ella llegó a convertirse en un estorbo. Una noche en la que sobraron algunas copas, discutieron, y él la devolvió a su madre argumentando que no podía encargarse de ella porque los negocios reclamaban toda su atención. Lo que no impidió que durante mucho tiempo él la siguiera en coche a todas partes, desde Malasaña a playas de Asturias, que estuviera haciéndose el encontradizo durante años e incluso intentara comprar los bares en los que ella ponía copas.
No hubo nada que no hiciera para demostrarle que estaba loco por ella.
Pero ella siguió su camino, como estaba escrito que haría.
Hoy, 20 años y muchas vidas después, se han reencontrado.
Más viejos, más listos, más perturbadores.
Yo he salido a fumar mi cigarrito a la puerta de la tienda y lo he visto todo.
Cómo me habría gustado que Pessoa hubiera estado conmigo a este lado del escaparate y haber discutido sobre la literatura que genera la pasión.
0 respuestas a «Amores inflamables»
Cuesta, ay como cuesta dejar atrás los amores inflamables porque una se acostumbra a vivir así, se hace adicta a la adrenalina vestida de besos, de abrazos, de frases que suenan a eternidad. Y en el fondo, lo que una se reprocha es que siempre lo supo, siempre supimos que ese amor de fuego no podía durar para siempre… nadie tiene la energía suficiente para mantener la llama viva.
Habrá que aprender ¿se puede? a amar de otra manera, pero una parte, ojala y cada vez más pequeña, de nosotras, siempre llorará por el fuego. A veces, sin embargo, el consuelo es saber que nos atrevimos, que vivimos así, desenfrenadamente, y que junto con el dolor o antes que este conocimos el gozo, el profundo gozo que sólo está reservado a unos cuantos.
Mis mejores deseos para estas fiestas y sobre todo para este nuevo año que, seguro, estará lleno de pasión por otras cosas y quizá también para un amor de fuego.
el último amor inflamable se llevó directamente varias de mis más frondosas ramas a la chimenea: las de la ingenuidad, la de las ganas de compartir, y la de la posibilidad de crear junto con alguien ……desde entonces guardo las cenizas resultantes de tamaño cataclismo en una cajita de nácar. Cuando me entran tentaciones de llamarle las esparzo por el aire y las observo caer: pequeños cádaveres que simbolizan las mil y una veces que morí de pena ante su falta de respuesta.
Siempre he mantenido que las mujeres olmo no deben enamorarse de jardineros casados…….
Más que lo perturbador de historias plenas de amor, o de amistad, que acompañan y aderezan nuestras vidas, llenándolas de rincones, de puertas, de habitaciones por descubrir, de candados que quitar, etc. Está sin duda el fascinante encanto de precisamente esa infinidad de hendiduras que conforman nuestra vida. Y el misterio que puedan producir esos surcos de nuestra piel en alguien.
Uno no deja de redescubrirse así mismo y a los demás en este viaje interminable, finito e indefinido. ¿Cuanto más me queda por saber de ti? Intuyo, que demasiado.
eres un pesao que no te has enterao de lo que escribe la gente con sentimientos