Miguel Pérez de Lema
Lo primero que sobrecoge son esas iniciales grabadas en la piedra: R & C. R de Ramón o Ramiro, y C de Carmen o, tal vez, de Concepción. Conozco bien este tipo de inscripciones. Mis abuelos también tuvieron una casa grande y también pusieron en ella sus iniciales: F & E.
Ahora caigo en que la F era la inicial de mi abuela. Quizá fuera la costumbre, por cortesía, poner primero a la mujer. En todo caso, tanto R como C, al igual que F y E, están muertos hace décadas. Probablemente no murieron antes de que empezara esta decadencia. Seguramente la decadencia fue sincronizada en los cuerpos de carne y en la piedra. Sólo que la piedra tiene más aguante y sigue muriendo más años.
La casa grande tenía a su costado una prolongación fabril, o ganadera -de materiales menos nobles, fue lo primero en desplomarse y hoy apenas se ven sus muros-. Una extensión del poderío del indiano. Un pequeño reino de provincias que R & C, lo mismo que F & E, iban gobernar sabia y amorosamente, en armonía con sus sirvientes. La casa de grande de mis abuelos lo que tenía era tierra, y la tierra también se envejece con el descuido y un campo abandonado es también una ruina.
Legó un día en que los herederos, repartidos en diáspora por el ventilador de las oportunidades, comprendieron que la casa grande sólo podía dejar gastos, pero no se pusieron de acuerdo para hacer a tiempo una buena venta. Y la casa se enfermó y se quedó inútil, de algún achaque fatal. Y el resto fue un ir pasando los años sobre el pequeño reino abandonado. Avalon no debió ser muy distinto a la muerte de Arturo.
Quedan estas fotos tomadas al descuido por un paseante con abuelos. Quedan las iniciales R & C, R de Rosario, C de Constante, tal vez. Queda la nostalgia de lo no vivido, para los vivos, más que la nostalgia de lo vivido por los muertos.
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Polvo eres y en polvo te convertirás.