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El hombre más triste del mundo

Por hijadecristalero

Fotografía en contexto original: embruxo

El hombre más triste del mundo sale cada mañana, entre las doce menos diez y las doce, a bajar el toldo del bar en el que trabaja.

Todos los camareros llevan un gran delantal color burdeos. Todos aprovechan las tareas de exteriores para fumar un cigarro: deben tenerles prohibido fumar en la barra. Se turnan para sacar la basura o limpiar las mesas de la terraza, pero el toldo parece misión exclusiva de nuestro triste hombrecito.

Cruza la calle y pasa por la puerta de mi tienda dos o tres veces al día, para tirar cajas de cartón. Las lleva en una mano como si las sostuviera con una bandeja, armadas, así le da tiempo a fumarse un cigarrito mientras las desmonta para meterlas por la ranura del contenedor azul. La vida de los fumadores, desde las nuevas leyes, tiene estas servidumbres y mezquindades.

Coincidimos con frecuencia cuando yo salgo a fumar, y siempre intercambiamos un saludo cómplice y proletario, un hola entre camarero y auxiliar de dependienta, que es lo que pone en mi nómina. Sus ojos me avisan de un sufrimiento devastador. Seguramente ha tenido épocas más felices y también trabajos peores que éste, su mirada es la de la resignación, la de quien sabe que a partir de aquí todo irá a peor.

Me da tanto miedo su sufrimiento que me limito a sonreírle, porque sé que todos somos hijos de nuestras decisiones y que, cuando quiera hablarme, nada podrá contenerle.
Temo ese día.
Y aun así, siempre le sonrío.

Hoy pasó junto a mí de vuelta del contenedor, envalentonado vaya usted a saber por qué y, por fin me dirigió la frase que dará paso a todo lo demás:

Te vas a quedar helada

El cura, como siempre, pasó por delante de la tienda como si el demonio no existiera.

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