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El desasosiego y la auxiliar de dependienta

Por Hijadecristalero

(DEDICADO A MANUEL, QUE ME REGALÓ EL LIBRO Y ME LLEVA DE LA MANO)

Pessoa.
Su oficina.
Yo.
Mi tienda.

Como a él, mi trabajo me deja pensar. Y pensar y pensar y pensar y pensar. Él al menos tenía compañeros en los que distraer la mirada y dejar caer los predicados.

Pero yo sólo tengo un enorme escaparate. Mi mesa está más alta que la calle, veo el mundo como un conductor de autobús.

Hay días en los que no entra nadie ni suena el teléfono.
Días en los que entran cinco personas.

Vivo sin red, sin Internet, sin correo. Leo libros, escribo ¡con boli!
Pienso.
Tampoco puedo pensar mucho descaradamente, mejor que parezca que leo unos papeles,o la gente de la calle va a pensar que me pagan por entrar en trance.
Oigo la radio desde que llego hasta que me voy.
Por las mañanas, a las doce, pongo el cartelito de vuelvo en cinco minutos y cruzo al opencor a comprar una cocacola. Allí saludo hasta al que barre, literal.
Estoy segura de que si algún día digo: huy, no traigo dinero, me dejarán que lo pague luego, como en las tiendas de toda la vida. Contraviniendo las normas de la empresa.

Salgo a fumar un cigarro cada hora. Creo que ya comenté en algún artículo anterior que sólo tengo que mirar a los ojos del que pasa por la puerta para que se detenga a hablar conmigo.

Le debo un artículo al anciano que pasa por las mañanas solo y por las tardes con su mujer; al hombre más triste del mundo, que es camarero en el bar de enfrente, y a la cartera, que tiene una madre enferma en Carabanchel y no se aprende los nombres de las calles ni los números ni para atrás.

Pero, a quien tengo ganas de mirar a los ojos es al cura.
Que rara vez pasa a mi lado cuando fumo y, si lo hace, finge no verme.
Pessoa es dios.
Pero era un cobarde.

0 respuestas a «El desasosiego y la auxiliar de dependienta»

No se me borrará en cienes de días la sonrisa de placer que ha producido esa dedicatoria.
Pessoa don Fernando era un cobarde y un solitario (¿cobarde por ser un solitario..?) pero escribía como dios. Tú escribes como una diosa (bueno, ya quisiera Atenea la del búho y el olivo) pero solo te falta ligarte al cura, que a los demás ya nos tienes a todos en el bote. Te quiero hacer una pregunta, ¿cómo haces para escribir tan a ras de tierra, tan hincada en la realidad minuciosa, y de repente saltas al hiperespacio y desde él lanzas un rayo láser que fulmina limpiamente el objeto que toca? Aventuro una respuesta tomada de palabras tuyas: ¿será por esa rara combinación de pecho de mujer y mirada de hombre que cimenta tus entresijos? En cualquier caso, escritora dependienta, gracias por darle al boli con tanta fruición y regalarnos tus Episodios Locales; es un placer leerte, y tan fácil creer a pies juntillas en ti… no sabe el cura lo que se pierde.

jajaja, gracias Manuel, que me ruborizo. El cura ya caerá, no te preocupes por eso. Y Pessoa no era un cobarde por solitario, sino porque le daba miedo la acción.

Hijadelcristalero, en tu asunto con el cura no me preocupas tú sino el cura; me imagino que un ancestral instinto de supervivencia le clava la mirada al suelo cuando pasa junto a ti; comprendo su embarazo; quizás conozca sus limitaciones, quizás angustiado intuya sus urgencias. Me gusta esa frase que ha salido sola, «tu asunto con el cura»… ¿a que suena bien? aunque no haya nada, pero qué evocadora, ¿verdad? nos habitan siglos de tradición cristiana y de largo sabemos lo que hay detrás de una mujer que tiene «un asunto con el cura».

Y otra evocación de sentidos ocultos, esta vez en tu propio escrito: «vivo sin red»; bella polisemia, vive Dios. Para muchos hoy vivir sin red se ha convertido en vivir sin red. Para muchos de nosotros la red se convierte en una red de seguridad. Tú misma dejas entrever que añoras ¿el refugio? de la red; dados como somos a alienarnos en cuanto podemos, hemos encontrado en la red una red que nos sostiene enajenados y nos evita saber de nosotros: hoy sin la red estamos más solos, más a la intemperie, expuestos y librados a nosotros mismos. Por eso tú, sin web y bic en ristre, escribes, quizá para que tu escritura sea ahora tu red, que también para eso sirven las palabras, ese tejido palpitante, esa red viva que nos sostiene de verdad. Y con la ventaja de que nos saca de nosotros al papel que nos devuelve más a nosotros. Pues si las palabras son una auténtica red, el papel escrito es un precioso espejo. Cualidad que la otra red, la de la araña, la web, no posee porque nos chupa y nos perdemos por sus mil vericuetos seductores. Perdón por tejer aquí esta bufanda. Hoy tenía frío y me vendrá bien para saberme.

No hay nada que perdonar. Da gusto tener lectores como tú. Sí, sin red me enfrento al mundo mirándolo directamente a los ojos, como me gustaría mirar al cura. Y no para tener un asunto con él, sino para parasitar todo lo que sabe, todo lo que por seminarista, él conoce y yo no. Jefes invisibles tenemos ambos.

Imagina que el cura me leyera, que supiera quien soy en la red- no sería raro, mucha gente en el pueblo sabe de mis colaboraciones en Proscritos. Se pararía delante de mí mientras fumo a la puerta y me diria: ¿Y bien? He venido para que me mires a los ojos.

Ah, si Pessoa fuera mi compañero de curro, que buenos ratos pasaríamos.

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