Por Pedro Lluch
Aquí no encontraré el delicioso culo de la venus de Velázquez. Ni buscaré en balde, como en Oslo, cuadros sobrecogedores. Ni hallaré cerradas las puertas de los museos.
Aquí son las calles las que están cerradas. Aquí el sol lame las heridas de metralla en las paredes de los edificios. Aquí el olor de la ciudad es el del polvo del cemento: se (re-)construye mucho en Beirut, y para quien tenga buen material para la construcción, encontrar aquí un partner es una mina. A las llamadas del almuédano se superponen las gimientes grúas, los ladridos de una sierra de cerámica, un taladro, un rechinar de palets de ladrillos trasegado por la acera. Y también los aldabonazos de las campanas cristianas.
Y el ruido de las tanquetas del ejército. Sus cadenas y su rugido vetusto de arácnido amputado, y el ruido un tanto antiguo de los grandes jeeps en que se mueven las patrullas militares que aseguran la ciudad en estos días sin presidencia.
Me asomo al mar, ¡el mar! y me baño en su olor. Me pierdo en las calles y me acaricia el olor de las tahonas, el aroma de los kebabs haciéndose en los tenderetes. Me llega el aroma del cordero asado con el humo de las pipas de agua, de los narguilés, como mechado un olor en el otro.
Me siento en el lobby del hotel. Ya no están los suboficiales belgas que he visto al desayunar. Ni los chaparros españoles que recogían ayer sus petates y mochilas de combate verdes en las cintas del maletaje en el aeropuerto. También vi carabinieri y tropas italianas, una chica soldado haciendo de enlace para el ejército francés. En la calle he visto jeeps blancos de las naciones unidas, y las tiendas del aduar que ha montado el Hizbollah en el centro de la ciudad lucen el emblema de la UNCHR.
Los mártires de la plaza central de Beirut exponen sus heridas de guerras pasadas. En sus rostros no se lee premonición ninguna.
La premonición es la cara del sargento con quien he estado hablando. Trataba de camelármelo para que me dejara fotografiar a su pelotón: sus hombres estaban sentados sobre el M113 aparcado en un cruce bajo una gran pancarta del líder de los chiítas libaneses, Nasralá. Hubiese sido una foto fantástica para ilustrar este momento, este aquí y ahora: sólo el ejército, multiconfesional, crecido por la victoria sobre los islamistas del campo de refugiados de Nahr el Bared, ajeno a las trifulcas entre maronitas, suníes, drusos y chiítas, está en la calle protegiendo la convivencia.
O eso pienso. Al mediodía me bajo al restaurante del hotel donde me alojo. Pido pollo al limón. Cerveza. Y hojeo despreocudamente los periódicos, el Daily-Star en inglés y el francófono L’Orient-Le jour.
Vienen a sentarse junto a mi mesa oficiales españoles. Van armados. Llevan las boinas azules de la ONU embutidas en los bolsillos de los pantalones. Deduzco por la conversación que el coronel (se dirigen a él usando el usía reglamentario) es el agregado militar de la Embajada de España. Le acompañan un comandante y tres capitanes. El comandante se llama Acedo, uno de los capitanes Martel, lo leo en las insignias de la pechera. Y hablan. Y escucho.
Lo que oigo me indica que la situación al sur de la ciudad es peor de lo que se puede percibir en Beirut. Hablan de la necesidad de habilitar uno de los aeródromos abandonados que hay cerca de las bases, aunque sólo sea para los Hércules, como se hace en Afganistán (pero, responde el comandante: Ya sabeis qué pasa, cómo les disparan a los aviones, y nos faltarán efectivos para proteger el aeródromo…). Hablan de la constitución de un batallón mecanizado que será necesario para abrirse paso por los suburbios al sur de Beirut y poder evacuar a la tropa cuando, en una semana como máximo, las milicias de Hizbollah corten el acceso al aeropuerto, punto umbilical del que dependen todas las tropas de la ONU desplegadas en el Sur del Líbano.
Pido una segunda cerveza. Y les escucho hablar. Entre tecnicismos castrenses y recuerdos de sus respectivas milis (“Joer,¡anda que no comí pollo en la Academia!”) van comentando la situación, van intercalando comentarios sobre las variedades dialectales del árabe (el del coronel es árabe del machrek, aprendido en El Cairo), van recordando qué pasó en el 89, cuando, por una vacante presidencial (como ahora), se armó la de Troya.
Yo subo a la habitación, hago la maleta y me voy. No quiero terminar cercenado como una estatua en mitad de Beirut.
0 respuestas a «Beirut»
vívido, ameno, documentado, emocionante: eres un crac.
también yo me quito el sombrero
Poderosas imágenes, eh? Aunque un tanto difíciles de evocar…
«aldabonazos de las campanas cristianas…», será por aquello de «golpead y os será abierto»? Hay campanas en Beirut que no sean cristianas?
«el ruido un tanto antiguo de los grandes jeeps» incita a imaginarse cómo será el «ruido un tanto moderno» de otros grandes jeeps. No lo logro, pero es porque no soy demasiado imaginativo. O porque hace años tuve un jeep y su ruido era más bien ambiguo, ni viejo ni moderno.
«rugido vetusto de arácnido amputado» también me resulta difícil. De niño amputé bastantes arácnidos y jamás los oí rugir, ni uno, y eso que motivos no les faltaban. Yo me hubiera conformado con un rugido contemporáneo, aquí y ahora, nada muy vetusto, pero ni así. Permanecían en un estoico silencio.
Tampoco entiendo muy bien la razón que impulsó al autor a buscar en balde cuadros sobrecogedores en Oslo y porqué debería haberlos buscado (o no) en Beirut. Debe ser porque soy poco viajado.
Aparte de estas observaciones sin importancia, el artículo me gustó :-))
Aunque en parte razón no te falte, Tomás, sin duda requieres de alguna dosis de imaginación, y no solo de una vida viajada. Y claro, también del deseo de enterrante en las impresiones del articulista (sus impresiones, expresadas como las siente). Menos mal que de hecho, es él el que escribe.
Como fuere, esas observaciones sin importancia según tú, está bien que las dejes caer.(Por cierto, las tarántulas, al menos las mexicana, que forman parte del grupo de los arácnidos, no rugirán, pero emiten sonidos).
Y que conste, que el artículo me llegó como llega una carta que se acumula en el buzón. Aunque como a ti, tb. me gustó.
¿Hasta qué punto mi imaginación puede ser puesta a prueba antes de ‘desenterrarme’ de las impresiones del articulista, David? Ése es el punto que quise recalcar. Claro que es él el que escribe, pero yo soy el que leo. Y al leer, las imágenes a las que me referí, aunque llenas de sonoridad, no me producían el efecto que el autor, supongo, esperaba producir.
Desde que escribí eso, el autor ha tenido la amabilidad de aclararme un par de cosas que no eran deductibles a partir de la lectura del texto, y ahora que tú me aclaras que hay tarántulas ruidosas, pues me quedo tranquilo 🙂
Bueno, parece ser que, desgraciadamente, se está produciendo el choque que, ya en el mes de noviembre, estaba fraguándose. http://iht.com/articles/2008/05/09/africa/09lebanon.php
Y como siempre: El Sr Fisk en el meollo del asunto y dando buena cuenta de lo que está pasando entre bambalinas: reitero mi devoción y aprovecho estas líneas para divulgar su bondad: sus crónicas en The Independent son impagables (y ahora en abierto, yupi!):
http://www.independent.co.uk/news/fisk/robert-fisk-gun-battles-as-hizbollah-claims-lebanon-is-at-war-824592.html
tampoco este artículo está mal: http://www.elpais.com/articulo/internacional/sirve/Ejercito/libanes/elpepuint/20080509elpepuint_11/Tes