Por Tostao
Fotografía: Popeye
Al habla un capitán pirata prejubilado por falta de malicia. Despedido del barco este último domingo con honores de segunda: Corneta sustituto, abrazo de ceremonia y maleta en la mano, sin ayuda ni escolta al bajar la pasarela.
Hoy todo está más claro. Ya es martes. Llevo dos días en casa y me ha dado tiempo de ordenar estanterías, colocar las pocas cosas que me traje del barco, mirarme mucho al espejo, hablar solo hasta reconocerme y llegar a la conclusión de que la vida de pirata no me ha dejado huella. Ni mi mirada se ha vuelto dura ni mi voz impone.
Nunca debí dejar la Marina Mercante.
Capitán de barco retirado busca tres personas más para compartir las tardes. Imprescindible, conocimientos de dominó avanzado. No es necesaria experiencia en la vida del mar.
La gente que no sabe jugar al dominó no lo valora, ni valora a los que saben jugarlo. En mis mejores tiempos llegué a campeón de comunidad e incluso, fui medalla de plata cuando era cadete en la academia.
Se buscan tres colegas para relación muy moderada.
También busco loro. No es necesario que tenga el plumaje vistoso ni que conozca canciones de marinos. Se valoran monólogos fluidos y capacidad de saber cuándo debe estar callado o al revés; hablar sin parar para hacer compañía. Abstenerse loros curiosos.
A un buen loro se le reconoce enseguida por su discreta impertinencia, la suavidad en sus garras al sostenerse cuando se suben en tu hombro y no hacer ruido al comer pipas cuando necesitas silencio.
Todos los grandes piratas tuvieron un buen loro.
Cuando a un pirata le quitas dureza en la mirada, su loro y las partidas de la sobremesa, te queda un marinero proscrito dando vueltas por el puerto, pisando el guano de las gaviotas.