Miguel Pérez de Lema
La muñeca nos interpela con su silencio y nos seduce. Nos lleva a su terreno. El hombre que cambia de ropa a su muñeca se ha convertido ya en su siervo, ha claudicado ante su suma y severa inteligencia.
Los amores con la muñeca no son supuestos amores con mujeres ni parodias de onanista. El amor que se tiene con la muñeca es el amor que nunca podrá alcanzarse con una mujer. Se pueden tener cientos de amores con cientos de mujeres, pero el amor con la muñeca es, de todos ellos, el amor inintercambiable.
Para poder amarla, es preciso que la muñeca llegue a nuestras manos nueva. A estas alturas de la vida no queda más remedio que comprender que todas las mujeres tengan “un pasado”. Lo insufrible es pensar en amar una muñeca con pasado. A estas alturas hay que ser muy miserable para sufrir por el pasado de las mujeres, pero aun es tolerable y casi elevado padecer por el pasado de la muñeca.
El amor con la muñeca no es el sexo de la muñeca hinchable (un muñeco explícitamente útil nunca produce muñequismo). La bocaza desproporcionada de la muñeca hinchable muestra su utilidad y le roba para siempre la evocación silenciosa y ambigua de la muñeca. La muñeca hinchable jamás hace un reproche. Nuestra muñeca, por el contrario, es una tirana silenciosa.
La muñeca se encierra en un silencio perturbador, latente, llamativo e insidioso. Si el sexo es una pulga en la conciencia del hombre, la muñeca en la habitación es una pulga en la conciencia del solitario.
La muñeca vive de nuestra atención, respira con nuestro pensamiento y si se llega a un prolongado trato muñequil con ella puede llegar a ser un manantial de ideas y emociones. La muñeca tiene potencialidad de musa, y sólo hace falta paciencia para dejarla que florezca.
Para mantenerla viva –comunicante- debe estar cuidada, atendida. Debe ser la dueña de la estancia, ocupar el mejor lugar, el más luminoso. La muñeca dejada descuidadamente sobre un sofá, con la cabeza vuelta a la pared, desfallece y puede morir a los pocos días, despechada. La muñeca a la que se quiso tener clausurada en el armario tomó el armario como una tumba. Llegar a tener una comunicación plena con la muñeca es construir una frágil burbuja, un puente colgante muy quebradizo, un ensueño vívido del que es muy fácil despertar. Nuestro despertar es el asesinato de la muñeca.
Reanimarla, y conseguir que vuelva a inquietarnos con su silencio expresivo, que nos arranque el proyector de la imaginación, puede ser imposible. Hay que volver a seducirla, agasajarla con un vestido nuevo, arreglarle el peinado, y aun así puede que la comunicación se haya roto. Una vez que se ha cosificado, ultrajada en su dignidad, la muñeca deja incluso de despreciarnos y nos olvida, que es su definitiva forma de suicidarse.
Deshacerse del cadáver de la muñeca es casi tan embarazoso como librarse del cuerpo de una amante asesinada. A la muñeca muerta no se puede, de ninguna manera, dejarla abandonada, ni venderla, ni regalarla. Siempre nos quedaría la sospecha de su resurrección en otras manos, de su decadencia promiscua, de su final amancebamiento con el trapero, renegrida y desgreñada como una mujerzuela, dando a luz, incluso, monstruosos hijos de carne y estopa. No, la muñeca no es transferible. Debe ser pacientemente descuartizada y arrojados sus restos en cuatro vertederos distantes entre sí, uno por cada punto cardinal y la cabeza siempre en el norte. También se la puede arrojar al fuego, pero sólo si se dispone de chimenea francesa, no vale otra cosa. Lo ideal sería poder enterrarla en la Almudena, bajo una lápida de mármol blanco con un epitafio en latín, y publicar cada año su esquela en ABC, lo malo es que no se puede. El amor con la muñeca debe mantenerse secreto siempre.
La mujer vive también alguna vez amores con el muñeco, pero es poco frecuente. El muñeco sólo acepta el juego del amor si se le cede el papel de amado, espera un amador que se le entregue sin condiciones. Y por eso rivaliza con la mujer, que también sabe esperar en su silencio reverberante para ser amada. En las cuatro esquinas de una habitación el silencio entre la mujer y el muñeco se convierte en una tenaz lucha de poder en la que es difícil predecir un vencedor.
Entre las amantes del muñeco nos fascina ese casto harén de las vestidoras de los cristos de Semana Santa, que peinan la barba al Jesús de Medinaceli, le planchan la túnica, y guardan su intimidad para que nadie lo vea en su desnudez –salvo ellas-. Las dulces beatas tienen la satisfacción de arrogarse el derecho de ser las únicas de pueden ver y tocar al muñeco desnudo. Son sus mayores beneficiarias.
En Japón el amor con la muñeca es casi deporte nacional. Muere la tradición del amor con esa mujer muñequizada que era la geisha pero los jóvenes descubren masivamente la pasión por nuevas muñecas. Son los tristes hutakus, muchachos casi adolescentes que se aíslan del mundo para gastar el sueldo de un mes en comprar por Internet lencería para su reproducción a tamaño natural de una heroína del manga, chicos solitarios que se masturban de madrugada, acariciando los pies de la muñeca mientras ven reposiciones de dibujos animados y meditan sobre la idea del suicidio –el verdadero deporte nacional-. Una mañana descubren al chico suicidado junto a su muñeca. Tal para cual.
(Foto 1. Ramón Gómez de la Serna junto a la muñeca de cera con la que convivía en su estudio del Torreón de Velázquez, en Madrid, durante los años 30.
Foto 2. Kaori, muñeca de latex de tamaño natural del catálogo de www.realdoll.com)
0 respuestas a «la muñeca»
la muñeca… la sumisa…
O la mujer juguete.
Que es lo que todas las hembras desean: ser el juguete de alguien que se encargue de todo.
Lamentablemente no es así, los hombres no se encargan de casi nada y las mujeres no podemos ser muñecas.
Esta apreciación no quita que valore el buen hacer de su autor. Miguel, eres mi ídolo literario.
El otro dia conocí a una señora que vive en el viso con 800 muñecas y tiene un museo en Palma de Mallorca con ¡3.000 muñecas! ¿crees que alguna de ellas podría asemejarse a los efluvios emocionales que a tí te provocan? A mí, francamente, la señora y su banda de señoritas, como decía Robert Palmer, me provocan, un extraño, o quizá inquietante, revoltillo emocional…
Carminha.
Revisando articulos me encuentro con este:mas vale tarde que nunca.Excelente Miguel.Gracias por la enorme «metáfora».Susana (una mujer argentina)-
Gracias a ti, Susana.
aber que falta de respeto con los genitales de las mujeres