Por Miguel Pérez de Lema
Decía Weissmuler su frase «yo Tarzán, tú Jane», y el mundo quedaba resuelto. Jane, arrobada, con ligero temblor de rodillas, incipiente secreción de flujo y palpitante corazón, admiraba la simplicidad de la fórmula y se predisponía a integrarse en la armonía de la selva. Yo Tarzán. Quién pudiera a estas alturas decir su yo Tarzán.
Pero Jane está hablando por el móvil, con su amiga satánica -esa que cree que un niño es un vampiro con mocos-, o con su joven actor del método -ese que se bebe mi cerveza, como mínimo-, o con la responsable de ventas del área -esa que tiene dientes en la vagina y botox en el entrecejo-.
Las cosas, hoy, son un poco más complicadas y uno se fatiga de ver volar las puyas del lado de acá contra el lado de allá. A uno le parece que la guerra de sexos debería tener su tregua, precisamente, a la hora del sexo, porque es el único lugar en que tenemos la oportunidad de dejar libre al animalillo que llevamos dentro. Yo Tarzán, tú Jane.
Hay un curioso libro reciente que recoge las fantasías sexuales de los españoles. Al parecer, la fantasía más común de los hombres es la de tener una noche loca… con su mujer. La mujer propia se ha ido haciendo inaccesible, la pobre tiene tantas cosas encima que lo último que le apetece por la noche es tener, además, al maromo encima.
A esto se le añade una cosa muy moderna y muy demente, a la que muchas mujeres se apuntan, que es confundir la vida con un anuncio de refrescos. Todo tiene que ser superlativo, supercoruscante, supersuper, y debe serlo todos los días. Tengo derecho, dice Jane, a mi experiencia multiorgásmica. O todo o nada, Tarzán.
Tarzán, por su parte, sigue creyendo que Jane va a estar ahí cuando él quiera dar su grito de afirmación masculina. Pero Jane ha salido, volverá tarde, tiene pilates y cita con un gurú sacamantecas con las manos largas. Luego, Tarzán, dará su grito, pero Jane pensará, ya no grita como antes.
En nuestra educación sentimental todavía pesa la literatura clásica y el cine clásico, donde la mujer era inocente. Su conquista, su toma, su posesión, -yo Tarzán, tú Jane- eran legítimas. Y ella esperaba. Y después del primer beso había una elpisis y en la secuencia siguiente ella preparaba el desayuno cantando. Se sobreentendía que haberse acostado era suficiente motivo de alegría. Hoy, acostarse, a veces puede ser una prueba de habilidad y Tarzán no sabe trabajar bajo presión.
¡¡¡Aaaahiaaahiaaaaa!!!
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¿entendéis ahora por qué digo que al ejército del futuro llegan muchos hombres desorientados?