Por César de las Heras
Hoy me he levantado y mi cuerpo se ha quedado entre las sábanas. Hoy soy espíritu que sobrevuela las montañas. He decidido ser etéreo, y ya que llueve y que se mojan los que van, añado a mi sensación de ser aire la de añorar la humedad entre las piernas. Miro hacia abajo, los arboles son planos, verdes. Las casas tienen tejas naranjas y los pájaros son nubes negras, cazas de motor orgánico que huyen de la tierra y merodean. Los jardines están para tumbarse y los pantanos para conocerse. Aquí esta el silencio. Como los águilas vuelo solo, mi envergadura no alcanza los dos metros pero creo sombras de fina estampa y me paro en la vertical de espacios conocidos. Veo como sales de casa, bajas las escaleras, pones el coche en marcha y te diriges. La paz es necesaria, la literatura interna crea prosas que sobre el cielo producen cúmulos de nieve y según van cayendo hacen con la blancura poesía. Y los perros… , desde aquí parecen pájaros sin alas, no son capaces de escapar del maltrato común, pisan las aceras y ven pasar las piernas, luchan por la supervivencia en un mundo que no mira hacia abajo. Yo sé sentir, y desde aquí arriba las prisas son más lentas. Giro tres centímetros y recorre tres mil metros, me río de la aceleración y de lo pequeñitos que son los cuerpos. Sin embargo los días se suceden y permiten el olvido, y cuando el viento mece a las hierbas más pequeñas, esas que desde aquí no se divisan, rozo con la mirada las calles que nos vieron pasar para que no se sientan tristes.