Por César de las Heras
Tú no tienes la culpa
sólo eres un hombre
no de tu sexo
no por desplazarte erguida
nada más mujer
sólo persona suficiente.
Llega su aroma sobre el viento
y enarbolas tu mano
recoges su olor y sonríes.
Palpa su mirada tu pecho
y te giras
para que palpe tu desprecio
para que se gire.
Se dirige a ti cada tarde
y al atardecer de cada tarde
acercas tu dedo a su boca
y le silencias
mirándole a tu dedo
reconociendo la importancia del silencio
la incapacidad de hallarlo a su lado
y la posibilidad de alcanzarlo sin ella.
Y por ella
bajo su cintura
mezcla de la sorpresa acostumbrada
y de la ligera torsión de su figura
enarbolas la bandera más blanca
pidiendo junto a su dignidad
consejo, pulso y púa.